Rachel se desnudó
lentamente. Con la mirada al piso, avergonzada, acomodaba sus prendas en una
silla y luego se acercó a la cama, respiró profundo y su cuerpo cayó al piso de
rodillas, con la frente en el piso y las manos delante de su cabeza.
Su respiración se
hizo profunda, esperando, tratando de oír sus movimientos pero nada. Solo
sentía su mirada sobre ella.
- ¿Qué haré
contigo? –su voz resonó en la habitación y Rachel empezó a morderse los labios
al escucharlo. La emoción floreció en su pecho cuando su Señor se levantó de la
cama, se acercó y le quitó la larga cabellera que todavía caía sobre ella – Me
gusta ver tu espalda. Marcada –ella tragó un gemido –con líneas rojizas y
violetas, delgadas, gruesas… -Rachel oyó que se quitaba el cinturón, que se
acercaba a ella y acarició sutilmente su espalda, haciéndola estremecer -
¡Quieta! –se alejó y sin aviso lanzó el primer correazo.
La espalda de
Rachel se alzó, pero no debía, sabía que no debía moverse. Él se acercó
rápidamente a ella.
- ¡Te dije que
quieta! –Gruñó pisándole la cabeza - ¿Entendido? –preguntó apretando su mejilla
contra el piso.
-Sí mi Señor –respondió
ella. Él quitó el pie de su cabeza, se alejó y lanzó el segundo correazo. Esta
vez se retorció un poco pero su espalda siguió quebrada. Gimió mordiéndose los
labios cuando cayó el tercero, gritó levemente para el cuarto, fue más sonoro
el gemido del quinto y al sexto correazo gritó fuerte, así como para el séptimo.
- ¡mi Señor! –gritó
en el octavo correazo. Un aviso de cuanto le estaba gustando.
Rachel ya
transpiraba, la espalda le hormigueaba, el dolor estaba presente y ya se sentía
húmeda. Eso le gustaba, pero más le gustaba que Él disfrutara de ella. Antes de
darse cuenta, los cabellos de su nuca eran sujetados con fuerza para levantarse.
Su Señor la llevó a una silla, hizo que sus manos se apoyaran sobre la cama,
con la cola levantada y las piernas estiradas.
-Me gusta tu culo
–murmuró Él con tono distraído, acariciando suavemente, estrujando con fuerza
sus nalgas por ratos. Rachel gemía con cara caricia, hasta que su mano cayó con
fuerza sobre su carne –Si perra… -bufó Él antes de darle en la otra nalga. Rachel gimió más fuerte. Escuchar los
gruñidos en cada nalgada que le daba era música para sus oídos.
Le dio seis
nalgadas en total antes de agarrarla del cuello y lanzarla con fuerza a la
cama. Le puso en la boca una mordaza de cuero de la que se desprendía dos
cadenas muy cortas con pinzas en los extremos que puso sin delicadeza en cada
pezón. Las cadenas quedaron tensas. Con el mínimo movimiento de su cabeza, el
tirón iba a doler. Él le subió las piernas, haciendo que agarrara sus rodillas
con cada mano, dejándola expuesta para Él, quien la miró y le metió dos dedos
en la vagina.
-Si te sueltas…
-Amenazó cuando metió el tercer en ella. Rachel gimió. Estaba por correrse –No
no no perra. Ya sabes, no te corras –advirtió cuando metió a la fuerza el
cuarto dedo. Ella lo miró con los ojos vidriosos. Él la miró y le sonrió. El
placer de Rachel era verlo a Él feliz, complacido. Su Señor rozó con su nariz
uno de sus muslos antes empezar a succionarlo y morderlo. Primer uno y luego el
otro. Una, dos, tres… Rachel perdió la cuenta, perdió la noción del tiempo y
lugar. Lo último que sintió fue el quinto dedo. La mano de su Señor entró en ella,
haciendo puño en su interior y adentrándose más y más. Rachel se perdió.
- Hola linda –Cuando
regresó, su Señor la tenía abrazada a su pecho y le acariciaba los cabellos, le
besó la frente y luego la besó, mordisqueándola. Cuando Rachel abrió los ojos,
los labios de su Señor no estaban frente a ella, ni los ojos que amaba, ni su
bella sonrisa y tampoco su cuerpo.
Estaba en su cama,
sola, transpirando, desnuda, con ganchos de madera en cada pezón, con su mano
izquierda pellizcándose el vientre y con la derecha entre las piernas. Su
clítoris aun necesitado le latía pero su mente estrujó su corazón y las
lágrimas brotaron de sus ojos incontrolablemente.
Todo fue un sueño, un recuerdo, una noche más que
despertaba así desde hacía 26 días que lo vio por última vez, desde que le
falló por enésima vez, desde que empezó a morir de a poquitos…
Yukari Taslim
Quién falló a quién? Siempre hay una relación causa-efecto.
ResponderBorrarLicencias literarias... Son solo relatos, mi forma de ver las cosas, no son tutorías de vida.
ResponderBorrarGracias por el comentario.