Me miro de pies a cabeza en el
espejo embarrado de mugre, alumbrado tenuemente por un foco amarillento, pero yo
siempre deslumbro a donde vaya, en donde esté.
Soy la brillante princesa en
medio de este muladar lleno de polvo, de colillas de cigarros, algunas botellas
vacías y otras rotas de licor barato y caro; de ropa sucia, de restos de comida
putrefacta, verdosa y de olor rancio en este cuarto alquilado.
Soy la niña inocente en medio de
este mundo sórdido. Soy la nena de papi a la que deben engreír, soy esa desolada
pequeña que se esconde bajo el ala del “papá protector”, la bebita. Así me miran,
como la ingenua muñeca de porcelana. Todos los ojos siguen a Coraline en la
calle, reuniones, en la universidad. Todos quieren con ella, la observan, la
desvisten con la mirada, la desean. Todos se quieren comer a la inocente y menuda
sumisa, aspecto delineado que me da la faja muy ajustada.
Estoy gorda. Es que el cerdo
asado es tan irresistible como yo, tan carnoso, pulposo como mis piernas
celulíticas que todos quieren manosear. Los postres son tan dulces, tanto como
mi concha jugosa cuando estoy excitada. Mis estrías son horrendamente notorias
pero la ropa holgada la oculta bien. Tal vez debería hacer ejercicios y empezar
con la dieta pero es muy fastidioso y cansado…
Estoy muy bien así. Igual siempre
consigo lo que quiero y a los que quiero.
Vuelvo los ojos al espejo
empañado, me arden por el humo de los cigarros que me acabo de terminar. Me sobo
la vista y me miro nuevamente.
Mi cuerpo pequeño, delgado y de piel
tersa está preparado para ser tocado, mancillado, listo para cambiarle el tono
trigueño a uno rojo, o mejor a un verde violáceo, aunque no me guste mucho que
digamos…
-Coraline –escucho que me llama. Veo
por el espejo que Él camina hacia mí. El primer Dominante al que elegí, el
primero que cayó…
Alto, con ese porte de ser el
dueño del mundo, mi dueño… bueno, eso es lo que Él cree por ahora, lo cual es
muy conveniente para mí. Si supiera la
verdad de mi sentir…
-Al piso –caigo lentamente con los
ojos fijos a sus pies. Sin que me ordene, me acerco a ellos y empiezo a
lamérselos, saboreando el cuero de sus zapatos. Tengo que ser convincente con
mi conducta. Soy sumisa pero en el fondo no tengo dueño.
Tengo que velar por mis intereses.
Repto sinuosamente sobre su jeans
hasta llegar al cierre. Lo miro a los ojos mientras intento bajárselo pero
antes de lograrlo, Él me toma con fuerza de los pelos y me lanza a la cama,
boca arriba. No me gusta lo que va a hacer. Se quita la correa y me da uno,
dos, tres, cuatro correazos. Al quinto empiezo a llorar haciendo que se
detenga. Siempre funciona el viejo truco de las lágrimas. Ahora utiliza la
correa para inmovilizarme en el respaldar de barras de la cama y abre mis
piernas a más no poder, dejándome expuesta a Él.
–No te corras –ordena
pellizcándome las piernas y entierra la cara entre mis muslos. Su boca succiona mi labio y luego
lo mordisquea. Succiona y mordisquea, una y otra vez, un labio y luego el otro,
sin detenerse, sin contemplaciones. Me retuerzo, gimo, lloriqueo. Aunque mi
entrega hacia Él no es real, me es inevitable como ninfómana no disfrutar de tener
su lengua atacando mi vagina. Muevo las caderas ondulante hacia su boca, como
obligándolo a seguir comiéndome, pero me las agarra fuerte, al punto de sentir
sus dedos marcarse en mis huesos, pero no aleja su boca de mí. Se levanta y, agarrando
mis ancas anchas, me pone boca abajo, en cuatro. El apretón de mis muñecas me
hace pensar en las marcas violáceas que me quedaran.
Espero que me penetre el coño
como suele hacerlo y que me encanta, la mete duro y luego con suavidad, como
cuidando de su “bebita” pero escucho el ruido de una botella chocando con otra.
- ¿Quieres un trago? –me pregunta.
Se me hace raro que se ponga a beber en estos momentos –Responde. ¿Quieres?
-No mi Señor –pero conociéndolo,
me dará de beber.
Sigo en la misma posición, con mi
culo levantado en dirección a Él, con mi coño mojado y resbaladizo para que me
la meta. Él abre la botella pero no hace el afán de acercárseme para darme de
beber. Yo lo veo de reojo.
-Beberás linda. Vas a ver –dice
colocando el pico de la botella a la altura de mi vagina –Vas a rogar para que
te dé más –y mete la botella de un empujón hasta la parte gruesa.
Grito agudamente y me muerdo los
labios. ¿Dolor? Sí. Él es sádico.
Abro los ojos y no hay nadie. Estaba
soñando o alucinando, o tal vez sigo, ya no sé. Tengo en la mano la botella de
ron cerrada, forzando a que mi vagina lo acoja más allá del cuello. Sudo mucho,
todo pareció tan real, pero Él no está aquí.
Me siento en la cama y abro la
botella. Hace demasiado calor y la sed me ahoga. Me bebo la mitad sin respirar
y me levanto a duras penas. Beber sola tres botellas y media de ron para no
atragantarme con el pollo a la brasa que quedó de ayer, quita la estabilidad a
cualquiera. Apoyándome en la pared, arrastro mis pies y todos los kilos que me sobran
hasta la refrigeradora que está al otro lado de este cuchitril.
La panza estriada me ruge pero el
viejo refrigerador está más vacío que mi alma. Tengo ganas de una tajada de pizza.
Bueno, de una pizza entera y otro litro de ron…
-No mi lolita, eso no es sano
–escucho que alguien me dice desde la cama y mis ojos se voltean con fastidio.
Reconozco esa voz de disque intelectual.
Me doy la vuelta y he ahí, sentado mi segundo Dominante, el auto
demoninado Dominante –Ven hija mía, ven –dice abriéndome los brazos.
Respiro para mis adentros. A
comparación del anterior, este hombre que me lleva más de 50 años y que podría
ser mi tatara tatara abuelo, es muy dulce conmigo, a veces demasiado dulce…
Pero, él sí me da todo lo que quiero.
-Ven con papi ternurita… -Claro,
a cambio de que me deje “dominar”, a que me deje forrar a su gusto.
Doy dos pasos pero trastabillo,
casi me voy al piso pero pude manejar los tacones altos. Me acomodo la tableada
faldita escocesa, que se me pega a mi figura perfecta y me acomodo la blusa
dentro de ella. Me cojo las dos colitas coquetamente y mirándolo empiezo a
acercarme. Veo sus ojos babear por mis piernas, su lengua recorre sus labios y sé
que imagina que saborea los míos, los de abajo, buscando ese pedacito de carne ya
endurecido por sus caricias y mimos, duro ya por la sensación de ser tocado y
duro porque tiene que estarlo. Debo engatusarlo, hay una actividad que quiero
que me patrocine.
-Pero quiero pizza –le digo con
voz de niña pequeña, sentándome en sus piernas. Él me acuna entre sus brazos y
empieza a mecerme.
-No Coraline, no –me dice, alza
mi rostro para mirarlo, acaricia mi frente con sutileza, luego mi nariz, luego
mis labios y me mete el índice –Si comes así, te dará una indigestión y te
dolerá tu barriguita –saca el dedo de mi boca y su mano entera recorre mi
garganta, pasa por mis senos y se detiene en mi plano estómago – ¿Quieres que
te duela tu barriguita?- pregunta sobándome.
-No quiero… ¡pero igual quiero
pizza! –respondo haciendo un puchero. Él sonríe y su mano baja rápidamente
hasta mi entrepierna, acariciando mi vagina, de arriba hacia abajo, esparciendo
mis jugos entre mis muslos.
-Que golosa mi pequeña –empiezo a
gemir –y que mojadita ya estás –me toco los senos por encima de la blusa. Él me
levanta de sus piernas y me baja la tanguita –Ábrete la blusa –dice cuando me
sube la falda y empieza a repartir besitos en mi pubis. Tiro la cabeza hacia
atrás, a mas no poder, disfrutando la sensación. Me siento venerada cuando hace
eso.
A ciegas desabotono la blusa y
abro el gancho delantero del brassier. Amaso toscamente mis senos cuando el
autodenominado Dominante saca su lengua cual víbora ponzoñosa y toca con la
punta rápidamente el pequeño capuchón, primero con sutileza y luego a estocadas
fijas.
¡Vibro toda!
Deja mi parte inferior y se
concentra en mis pechos. Los succiona, los besa, los lame, su lengua recorre la
aureola en un sentido y luego en el otro. Mis manos sujetan su cabeza,
impidiendo que su boca deje de atormentarme, pero Él me sujeta las manos y me
obliga a soltarlo.
- ¡No seas tosca Coraline! –Se pone
de pie, jala una de mis colitas y me doblega para ponerme de rodillas frente a
su entrepierna. Saca su miembro semierecto, viejo y arrugado, y lo pone frente a
mi cara –Cómeme Cora, cómeme hijita –y empiezo a chupárselo, cual delicioso
helado. Disfruto de metérmelo y sacármelo de la boca, una y otra vez, pasar mi
lengüita por el tejido aterciopelado al paladar pero no me gusta que me ahogue.
Él se pone de pie sin liberarme. Quiero
soltarme pero me tiene sujeta de las colitas con fuerza vehemente. Se me corta
la respiración. La saliva se me escapa por la comisura de la boca, mis manos se
apoyan y hacen fuerza contraria contra sus piernas.
¡No puedo respirar!
- ¡Oh sí! ¡Oh sí mi lolita! –Lo
escucho a lo lejos. Está aumentando la velocidad, su viejo miembro no está
erecto aún pero me está ahogando. Las arcadas están subiéndome por la garganta
como acto reflejo y empiezo a lagrimear pero a pesar de ello, no se ha detenido.
Logro mirarlo brevemente a la cara, tiene los ojos cerrados.
¡Se está dejando llevar sin preocuparse por mí este dizque Dominante!
No respiro, me siento flotar, mis
brazos caen a cada lado de mi cuerpo. Estoy temblando, me ahogo pero me excita,
y justo en el momento en el que voy a perder la conciencia, el aire entra con
fuerza en mis pulmones haciendo que mi cuerpo se active. Abro los ojos y estoy
de rodillas frente a la silla vieja del cuarto, vacía, sin nadie ocupando el
espacio sobre ella. El disque Dominante e intelectual tampoco estaba aquí.
La falta de dulce. Eso debe ser.
Necesito un chocolate para dejar de alucinar así. Sí, toneladas y toneladas de chocolate
y otra botella de ron que esta está por acabarse.
Vuelvo a la cama a buscar dulces.
Si, la cama, es que duermo con muchas golosinas por si me da hambre en la
madrugada. Algunos solo son empaques, otros están sin abrir y la mayoría ha
sido aplastado por mi cuerpo y mis rollos cuando me recuesto a dormir o cuando
me folla…
-Hola mi amor –…mi enamorado.
Me abraza con fuerza y me mira
con ternura, me besa la mejilla y acaricia mi cintura o donde estaba mi
cintura. A él no le importa las apariencias, no le importa lo que bebo, de qué
estoy hecha; no le importa mis gustos, no le importa lo que tomo o lo que me
como, incluso pienso que no le importaría saber a quienes me como para cumplir
con mis objetivos…
- ¿Me extrañaste?
-Sí –le respondo. Él es muy dulce.
Mete la mano en su bolsillo y saca una barra de chocolate, la abre y me da de
comer. Bocado por bocado, me mira y me sonríe. De los tres, es el menos “fuerte” pero mientras me la meta cuando yo quiera y me dé cariño, está bien para mí.
Termino el chocolate y me besa
castamente, roza mis labios y baja a mi cuello. Me acaricia lentamente la
espalda y yo quiero gritar de la desesperación para que me arranque la ropa y me
la meta de una vez. Con desenfreno lo agarro del cuello y lo lanzo a la cama,
le abro el pantalón y le saco su pene, flácido.
- ¡Wow! Coraline, tranquila… -lo
miro y me lo meto a la boca, al mismo tiempo que uso mi mano para masturbarlo,
de arriba abajo y con la otra apretarle los huevos.
¡Lo quiero duro ahora!
En un minuto lo tengo erecto,
listo para metérmelo y cuando me pongo encima, con mi vagina chorreante y las
caderas ansiosas por montarlo, abro los ojos. No hay nadie debajo de mí. En
serio, tengo que dejar de beber o de tomar, de comer tanto… o quizás deba
ingerir el doble. No lo sé aún.
Cojo una botella que está sobre la cama. Está llena pero no
tiene etiqueta… bueno, es licor, igual entra. La abro y de un sorbo llego a la
mitad. Respiro pero al parecer mi estómago está repleto, el licor no me entra y
quiere regresar por donde vino. Corro al baño a pesar de lo mareada que me
siento, me tiro al piso y meto mi cara al wáter y devuelvo el licor, chocolate,
el pollo, el pastel de hace dos horas, la gaseosa de tres litros que me tomé en
el desayuno, todo combinado con el jugo ácido de mi sistema y creo que en
cualquier momento saldrá mi estómago con intestinos y todo por la boca.
-Miren a la putita –escucho la voz de mi Señor a mis
espaldas. Me limpio la boca con el antebrazo, manchándolo de vómito, me siento
en el piso y encaro a las tres personas que me observaban con… con…
¡Con asco…!
- ¿Qué
hacen aquí los tres? –no puede… ¡No puede ser! Ellos no se conocen, ellos no se
conocen… Ellos…
- ¿Qué no
nos conocemos mi lolita? –el disque intelectual se ríe con ganas y lo siguen
los demás – ¿Es en serio? No creo que seas tan estúpida… ¿O sí?
-Es estúpida –dice mi enamorado
en su tono dulzón –La gordita cree que no nos hemos dado cuenta –Quiero levantarme
pero no puedo. Me miro y veo mi cuerpo amorfo -Eres la única que quiso creer
que no sabíamos a qué clase de mujer nos tirábamos –sonrío.
-No, sé que no se dieron cuenta
–me río, porque es la verdad, no se dieron cuenta, no se dieron cuenta…
- ¿De qué tirabas con nosotros
por interés? –pregunta mi Señor acercándose a mí. Jala mi cabello y me levanta
un poco para acercarme a su cara –Claro que sí puta, claro que sí –se responde
así mismo y empieza a arrastrarme. Grito, pataleo, intento sujetarme a algo;
golpeo y araño su mano para que me suelte pero me tiene bien sujeta.
-Mi lolita, ¿acaso es que no te
has dado cuenta? –Me dice el dizque intelectual cuando soy lanzada a la cama,
golpeando mis rodillas con la tarima –Te usamos hasta que nos dé la gana.
- ¡Hasta yo! –dice el que pensé
era el blandengue de los tres –Tarde o temprano me cansaré y me iré.
- ¡No es cierto! ¡NO ES CIERTO!
¡Yo soy quien los uso! ¡YO! –Les digo y río.
-Te quedarás sola –dice el viejo
verde.
– ¡NO! A ti –le digo a mi Señor
señalándolo con el dedo –Tengo protección, me mantienes y me consientes. A ti
–señalo ahora al viejito –Contactos, me sirven –Y tú –le digo a mi enamoradito
–Necesito a alguien que babee por mí. Nada más. ¡Ven! ¡Soy yo quien los
utilizo! ¡YO! –ahora los tres son los que se ríen y se lanzan a mi garganta. El
tercero, con una de sus manos, me palpa la vagina hasta encontrar el orificio.
-Entiende una cosa “pequeña”
–dicen los tres con sarcasmo –Hay muchas mujeres en el mundo, hay muchas chicas
que se entregan de verdad.
- ¡Yo soy única! –Siento en mi
vagina un objeto frío, una botella. Uno de los tres la empuja. El dolor es
inmenso, quiero gritar pero me aprietan el cuello con más fuerza.
-No eres la única en el mundo y
nunca serás la única para nadie –Araño sus manos pero no me suelta, aprietan
más. Lloro, la botella ha entrado la mitad. Duele mucho pero a ellos no les
importa.
- ¿Debería de importarnos?
–Responden los tres - ¿No dices que te gusta tener algo entre las piernas?
¡DISFRÚTALO! –y perdí la razón…
Abro los ojos… la habitación está
a oscuras. La luna alumbra algunas partes a través de las rendijas de una
ventana oxidada del cuartucho alquilado. No siento el dolor, no siento el
placer, no siento nada. Miro a todos lados y veo un bulto en la cama. Me acerco
lentamente y se me cortó la respiración.
Era yo… dormida…
Estoy boca abajo, con mi cara de
costado, con los ojos en blanco; y una combinación de chocolate, grasa y crema
de chantilly sale de mi boca. La cama está húmeda, el olor a ron barato flota
en el aire junto al humo de los cigarros que he fumado todo el día. Estoy boca
abajo, en cuatro, con mi vagina, abierta y chorreante, penetrada por una
botella de vidrio transparente, siendo aún empujada levemente con mi mano. Igual
con mi culo, al aire y muy abierto por una botella de cristal verde oscuro
sujetada por mi otra mano, y que oculta el rojo de la sangre que mana de mi ano.
-Coraline, despierta… -me susurro
al oíd
¿Yo sola me hice esto?...
- ¡Estoy loca! –grito jalándome
las greñas con desesperación. Ellos tenían razón… Este es mi final… Así terminaré…
No soy única…
Yukari Taslim