La Entrega

Ella estaba nerviosa, con la respiración entrecortada y la sangre corriéndole frenética por las venas. Pero a pesar de eso, estaba excitada. Recibió su mensaje hace un momento, avisándole que llegaría en cinco minutos… Cinco largos minutos. Bien, iba a hacerlo. En cinco minutos iba a…

La puerta se abrió lentamente sin aviso alguno, haciendo que su corazón se paralice. ¿Pasaron los cinco minutos? Eso no importaba, su razón se esfumó. Ella cerró los ojos y su cuerpo actuó por sí solo. Sus rodillas se doblaron buscando la solidez del piso, su frente y sus manos igual. Nunca habría imaginado que amaría estar así.

Sintió que la miraba, escuchó su respiración, su energía llenó el lugar y eso la puso a temblar. Le ordenó que se pusiera de pie y le indicó la manera correcta de la posición que había adoptado, guiada de una referencia de una amiga. Su respiración se hizo profunda, haciendo que ella se sintiera más nerviosa pero más húmeda. Le indicó que se sentara en la cama y le habló como usualmente lo haría en un parque o en un café, explicándole sobre posiciones goreanas y sobre las tigresas blancas, entre otras cosas que ella escuchaba y grababa atentamente, embelesada por el sonido de su voz, los tonos profundos y graves con que su voz penetraba en su mente. 

Se puso de pie, invitándola a hacer lo mismo, la llevó al baño frente al espejo y colocó, prestada por esa noche, un collar de sumisión. Ella quedó hipnotizada frente a su reflejo. Sus ojos recorrían su garganta, analizando cada detalle de ese collar, naciendo un sentimiento cálido dentro de ella. 

Era libre en manos de Él.

La llevó a la habitación y la puso de cara contra la pared, le separó las piernas y su mano grande aterrizó en una nalga. Ella respiró profundo cuando sin aviso su otra nalga fue sonrojada por Él y su mano. Cerca estaba el control remoto de la televisión y sin dudarlo lo estrelló contra su culo con tanta fuerza que lo rompió. Ella solo sonrió. Él estrujó son fuerza diabólica sus pezones haciéndola lloriquear. ¡Nada le dolió antes como eso! Pero le gustaba, increíblemente le gustaba, porque Él lo estaba disfrutando. Lo sabía por su erección restregándose contra su culo. Él la soltó para mostrarle una cadena que unió al collar. Se sintió en una nube, en trance. Estaba ahí para que Él pudiera hacer con ella lo que quisiera. 

Estaba entregándose a Él.

La tomó del cabello con fuerza y la puso en el piso, en la posición a la que debía estar de ahora en adelante, de rodillas ante Él, siempre a sus pies. Ella los besó, los chupó, los mordisqueó, de talón a planta, dedo por dedo. Estaba disfrutando el momento.

Él la hizo caminar por toda la habitación en cuatro patas como la perra que era. La azotó con dos látigos diferentes y ella estaba feliz porque Él estaba complaciéndose con ella, porque ella estaba entregándose de una manera tan profunda que jamás habría imaginado. 

Él restringió sus movimientos, juntando sus manos en su espalda, le colocó una mordaza y vendó sus ojos. Dejó la cadena en la manija de la puerta y la dejó ahí, arrodillada, cuidando la puerta mientras Él tomaba una ducha. Ella jamás esperaba, ella no tenía paciencia para ello. Pero ahí, a oscuras, sin hablar, sin moverse, se dio cuenta que tenía una paciencia infinita para esperar, porque Él se lo pidió, porque ella quería. Porque amaba esperarlo.

Cuando regresó le preguntó si estaba bien. Ella asintió con sus manos como le había explicado. Le habría gustado decirle que estaba mejor que nunca pero Él la conocía como nadie. Él ya lo sabía.

La tomó del collar, se sentó en la cama y, todavía ella de rodillas, apoyó su espalda contra sus piernas y su cabeza contra sus rodillas, haciendo que expusiera sus pechos, lanzándolos hacia adelante. El olor a cigarro inundó su nariz y la humedad en su coño se hizo presente. Amaba verlo fumar. Él la usó como cenicero y eso fue alucinantemente erótico para ella. Al terminar su cigarro la echó en la esquina de la cama y metió su miembro erecto en su boca con fuerza, con violencia, con lujuria, tomando con fuerza su cabeza y ella lo recibió gustosa. Amó su sabor y lo querría una y otra vez pero Él tenía planes más oscuros para ella. 

La echó boca arriba sobre la cama, inmovilizó sus muñecas con sus tobillos y enterró su cara en su chorreante vagina mientras sus dedos volvieron a atormentar a sus sensibles pezones. El dolor y la excitación la llevaron al borde de la locura, restregándose contra su cara sin poder controlarse. Ella flotaba todavía cuando Él se alejó de su cuerpo y la desató con sumo cuidado. 

Conversaron un rato de temas triviales hasta que Él le pidió que se acercara y la besó como sabe, con fuerza para enloquecerla, mordiéndole los labios, de la manera que la había marcado unas semanas antes. Dejó sus labios, ordenó ponerse boca abajo y penetró su culo con fuerza y sin misericordia. El dolor tomó su mente y empezó a luchar. Él pasó su brazo por su cuerpo para inmovilizarla. Ella lloriqueaba por el dolor, porque estaba asustándose, porque jamás había sido penetrada de esa manera tan feroz. Estaba pensando en que quizás no podría seguir, estaba por menciona la palabra de seguridad cuando Él le habló al oído: “¿Te estás negando a tu Señor?” 

Y fue su voz la clave. Fue cuando ella se liberó. 

Respondió que no, que quería tenerlo dentro, que le diera más fuerte. Ella empezó a moverse contra los movimientos de su Señor, gimiendo y lloriqueando, mezclando en ella el dolor, el miedo, la lujuria, la perversidad de aquel Hombre que le preguntaba una y otra vez si quería su leche en su ser. Estaba complaciéndolo, ella estaba haciéndolo y, gritando que sí, que lo quería todo dentro de su culo, fue que el orgasmo más fuerte que había tenido hasta ese día la empezara a controlar…

Esa noche, cuando descansaba, recordó todas las veces que le había dicho a una amiga que jamás permitiría que pasara algo de lo que había hecho, pero a la vez su ser siempre le gritaba que sí lo haría, que sí podía, que sí le gustaba y que todo sería para servirlo, para complacerlo. Porque Él lo merecía, por ser la persona más maravillosa y honorable que había conocido. 

Porque venció una gran muralla esa noche para entregarse a Él por primera vez…

Yukari Taslim

3 comentarios:

  1. Maravilloso, me encantó, qué bien que haya compartido su página en el grupo...
    Me deleité con éste escrito y a la vez recordé...

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  2. Maravilloso, me encantó y me hizo revordar...

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  3. Hola. Que bueno te haya gustado. Sorry que recién conteste. Había perdido la cuenta de este blog. Espero hayas podido leer los demás.

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