Mis jefes

-Si… -murmuro bajito. Es horario de oficina y en mi cubículo sin puertas, sin techo y pegado a otro, no tengo mucha privacidad, pero meter la mano entre mis piernas es algo que no puedo evitar hacer a diario.
Mojada, separo las rodillas y mi espalda se recuesta a más no poder en el respaldo. Temo que puedo romperlo en algún momento pero necesito ese orgasmo liberador del día. Es excitante como pueden estar mis manos debajo de mi falda, dentro de mi truza, haciéndome olvidar del mundo por un momento, morir feliz por unos minutos. Humedezco mis dedos, me restriego sobre la silla mientras los demás teclean documento tras documento, sin despegar la vista del monitor por miedo a equivocarse, por miedo a asumir un error, una decisión o una consecuencia.

-Hola Ivette.

- ¡Diablos! -grito asustada, sacando rápidamente la mano de entre mis piernas. 

-Perdón, no quise asustarte -me dice mi jefa con un tono divertido y despreocupado mientras recojo los lápices que lancé. Casi tiro el monitor del susto. Me limpio disimuladamente los dedos en la silla.

-Tranquila –le murmuro. La situación es embarazosa, ¿me vio masturbándome? - ¿Desea algo?

-Una ayuda con un documento que se trabó en la impresora –Es la primera vez que mi jefa viene a pedirme ayuda ¿Y su secretario? No da más explicación. Se va directamente a su oficina, imagino que piensa que no me negaré. Y es verdad. Ella es mi jefa.

Cuando entro a la oficina, los ventanales hacen que el espacio esté iluminado naturalmente, lo que le da un bonito aspecto.

-Ahí está la impresora –me dice señalando hacia un lado mientras se sienta en la orilla de su escritorio. Volteo hacia la máquina, alta hasta mi cintura.

- ¿Y Miguel? –le pregunto por mi amigo, su secretario, mientras le reviso la pantalla digital de la impresora.

-Él está viendo un asunto –murmura bajito. La impresora no reporta alguna hoja atascada. Cuando iba a decírselo, un golpe impacta en mi nalga izquierda. Me quedo paralizada, en blanco y muda cuando otra nalgada cae, ahora en la derecha. Nadie me había nalgueado en mi vida, por lo que ese escozor nunca lo había sentido…

Por lo que no sabría que me iba a gustar… que me fuera a excitar

Me sujeta de los pelos y jala mi cabeza hacia atrás, me sujeto rápidamente de las orillas de la máquina para no caerme.

-Grita todo lo que quieras, nadie te va a oír –vuelve a darme una nalgada. Tiene razón, las oficinas cerradas son insonoras para evitar que se filtren conversaciones secretas. Imagino que cuando lo hicieron no pensaron en que ocultarían mis gritos y gemidos.

Empuja mi cabeza contra la impresora, dejando mi culo a su disposición. Nalgada tras nalgada, golpe tras golpe, una corriente me recorre entera de arriba abajo, desde la punta del pie hasta la punta del cabello. Duele pero es algo raro, me gusta y deseo más. Doy un salto cuando Ella mete sus manos entre mis piernas abiertas por delante.

-Mojada –susurra a mi oído –como siempre te pones cuando te masturbas en tu cubículo - ¡Me vio! –Sabes que es delicioso ver como tiemblas en tu silla, ver tu falda levantada, el liguero –suelto un gemido, sus palabras me encienden –Eres una puta Ivette y como puta te voy a tratar –Saca sus dedos de mi entrepierna chorreante y los acerca a mi boca, la cual abro sin que me lo diga. Y chupo, lamo, me saboreo. La miro de reojo y sus ojos brillan mirándome la boca.

-Vas a salir, irás al baño, te quitaras las bragas y las tirarás. Luego regresarás aquí. Ve –me suelta y la miro cuando se va a su escritorio y se acomoda en su sillón cuando levanta su celular y me queda mirando. 

Camino hacia el baño de la oficina y hago lo que me pide. Cuando salgo, el jefe de mi jefa estaba ahí.

-Buenas tardes –murmuro pero Él solo me mira.

-Ivette –miro a mi jefa colocando una llave en la mesa –abre el armario y saca lo que encuentres ahí --Cojo la llave y la miro. ¿Qué saque lo que encuentre? Creo que debería ser más específica. En un armario puedo encontrar archivos, objetos de oficinas, tantas… tantas cosas, pero jamás pensé que encontraría lo que vi al abrir la puerta.

Ahí estaba Miguel, desnudo y de rodillas, mirándome emocionado y muy excitado, su miembro erecto apuntando hacia mí me lo dice.

-Descuelga la cadena y trae a mi perro aquí Ivette –menciona Ella desde su escritorio. Él aún no ha dicho nada. Tomo la correa y saco a Miguel, quien a cuatro patas anda emocionado delante de mí, alborotado diría yo por llegar con Ella, quien se encuentra ya en medio de la sala. El secretario restriega su cara en las piernas de su Dueña, contento de verla, de tocarla y más excitado. Su verga parece a punto de estallar. Escucho el chirrear de una silla. 

Él se levanta de ella y se acerca a mí, con gesto adusto, mirada oscura, recorriéndome completa y con unas esposas metálicas, encadenadas entre sí, en sus manos.

- ¿Te gustaron las nalgadas? –pregunta colocándome las esposas y engancha la cadena en la lámpara del techo. Él es tan alto como para estirarse y alcanzarla. Me coge con una mano de las mejillas –Lo que viene, te gustará más todavía.

Se posa delante de mí y rápidamente me rompe la blusa. Veo los botones volando delante de mis ojos. Un gemido capta mi atención. Era Miguel, quien estaba siendo abofeteado por Ella, quien le decía que era un perro y que debía obedecer.

- ¡Ouch! –grito luego de oír un zumbido.

- ¿Te dolió? –escucho que Él pregunta y me da otro en la espalda, en la misma zona –Me alegra y gusta mucho que te duela. Y ahora te gustará más –y me da otro. No logro ver con qué lo hace pero el escozor, unos pequeños piquetes, se sienten esparcidos por toda mi espalda. Veo a Miguel viniendo hacia mí a cuatro patas, directamente a mi entrepierna mientras mi jefa abre un cajón y saca una fusta negra, hermosa. Iba a preguntarle si pensaba darme con eso cuando mi mente quedó en blanco por unos minutos. Un orgasmo sorpresivo me hizo gemir audiblemente. El látigo en mi espalda y la boca de Miguel en mi coño fueron demasiada estimulación para mí. 

No había tenido nunca un orgasmo de esa manera.

-Leonela, tenía razón –murmura Él jalando mis cabellos para acercar mi cabeza a la suya –Eres una puta y hoy serás mi puta. En ese momento me di cuenta que no había hecho nada más que gemir y gritar desde que entré a esta oficina. Ella, Leonela, le da una cuchilla a su jefe y este empieza a romper mi falda. No me preocupa que lo haga o que no tuviera una muda a cambio. Ni siquiera me preocupa el hecho de que pudiera cortarme la piel. Lo único en lo que pienso era en qué me harían ahora. ¿Me darían con esa fusta? Ella parece poseída por este objeto pues Miguel debe de haber recibido ya más de cien golpes en sus nalgas.

-Ten cuidado con eso –le dice Él.

-Pero a mi perro le gusta –se acerca a Miguel y de los pelos aleja su cara de mi vagina para que la mire a la cara - ¿No es así perro?

-Si mi Señora.

-Abre la boca –Miguel lo hace y Ella le escupe dentro. Lejos de parecerme asquerosa la acción, me sorprendo a mi misma alucinando que Él me escupe a mí. Miguel, con su boca entre mis piernas, empieza de nuevo a lamerme, a comerme la concha con avidez, con hambre. Ella vuelve a empezar su espectáculo con la fusta y las nalgas de Miguel, y Él… Él… ¿Por qué acaba de tirar las cosas del escritorio?

Se me acerca. ¡Oh por Dios! Tiene una mirada más oscura que antes, hambrienta, como si deseara devorarme... ¡Viene decidido a devorarme! Suelta la cadena de la lámpara y de los pelos me lleva a la mesa, me sube a ella y me abre de piernas. El perro, Miguel, es traído por su dueña, quien ahora pasea con un pene de látex negro, un arnés. Antes de pensar que hará con ello, Él me recuesta de los pelos boca arriba y toma mi cara.

-No me muerdas –Me advierte y me mete su verga dura en la boca. No puedo objetar, las arcadas vienen rápidamente hacia mí pero no puedo hacer nada más que recibirlo y aguantar. Entre mis piernas Miguel hace lo suyo con esa lengua. Es bueno. Imagino que su Dueña lo entrena muy bien. Él sigue dándome mal, sin miramientos, sin importarle si respiro. Miguel me da un pequeño mordisco y lo escucho gritar.

-No te corras –gruñe Él. ¿Está loco? Como me pide eso. Enloqueceré si no me vengo. Él dándome de lleno en la boca, Miguel comiéndome la concha con desesperación, lo que Ella debe estar haciéndole a su perro para que chille y me la chupe mejor, el escozor en mi espalda y nalgas, la situación en general. Mis amigas hablaban sobre lo intenso que sentían cuando tenían sexo. A mí no me la han metido y estoy por desmayarme de lo intenso que se siente todo. No creo poder aguantarlo.

Con brusquedad, el jefe de mi jefa saca su miembro de mi boca y me sienta en la mesa, quedando
recostada sobre su pecho. Me rodea con sus brazos y abre mis piernas a más no poder. Ya sé por qué Miguel chillaba y me comía mejor. Ella le rompía el culo con esa verga negra de látex. Los senos empiezan a dolerme de lo excitada que estoy con la tremendamente erótica imagen frente a mí. Necesito mi orgasmo.

- ¡Hey tú, perro! –Miguel alza la cabeza –Métele tu verga.

- ¡No! –quise pararme de la mesa, hasta ahora todo bien pero a ser penetrada no. Él me tenía sujeta de las piernas aún abiertas. Me agarra tan fuerte que no puedo zafarme.

-No te pregunté si querías o no. Te la va a meter y te va a gustar –La voz de Él es grave, profunda, me hechiza, me distrae tanto que chillo cuando soy penetrada de una embestida que me abre la vagina dolorosamente. Miguel me embiste una y otra, al ritmo que le marca Ella con sus embestidas. 

Él tenía razón.

- ¡No te corras! –me gruñe al oído y sus manos sueltan mis muslos para posarse salvajemente sobre mis tetas, apretándolas, pellizcándolas, estirando mis pezones como si fueran cintas elásticas y luego marcándolos con sus uñas. Y yo no me quejo, gimo y gimo como loca. Estoy por pedirle que no se detenga pues estoy muy excitada. Los cuatro en esa habitación dejándonos poseer por la lujuria como unos animales o tal vez dejando salir nuestra verdadera naturaleza.  Mis jefes usándonos a Miguel y a mí, mientras los de afuera son ajenos a ello. Tal vez si alguno supiera lo que estoy descubriendo dejarían salir a su yo verdadero…

¡Me gusta ser usada…!

- ¡Basta! –dice Él con voz de mando cuando estoy mordiéndome con fuerza el labio inferior, para detener mis gritos, para detener mis lágrimas, para detener mi orgasmo. Ella sale del culo de Miguel y de los pelos hace que salga de mí, lo pone otra vez en cuatro y se sienta sobre él, con una pierna a cada lado y con su inseparable fusta en la mano.

- ¡Que hermosa imagen! –dice ella mirándome hambrienta la concha pues mis piernas siguen abiertas de par en par - ¿Puedo? –pregunta a Ella, pasando su lengua por sus labios.

-Hoy no –murmura Él maniobrándome como la muñeca que soy en estos momentos para bajarme de la mesa.

¿Dijo hoy no?... quiere decir que… ¿Se volvería a repetir? ¿Me volverían a usar?

Estoy de pie, con Él a mis espaldas, me empuja contra el escritorio y se acomoda en mi culo.

- ¡No, espera! –Le digo aterrada - ¡No, por ahí no! ¡Así no! –pero no me escucha y me rompe el culo, me penetra completa de un solo empujón y se queda quieto por unos momentos. Nunca me la habían metido por ahí. Yo no puedo moverme, no puedo zafarme, lucho con todas mis fuerzas pero Él esta con todo su torso haciendo peso sobre mi espalda.

Empieza a moverse dentro de mí. Me arde cuando me abre más y más. Mis lágrimas empiezan a salir raudas por el dolor y el miedo. Estoy asustada. Empiezo a moverme otra vez, quiero empujarlo pero el pasa su brazo alrededor de mi cuello para sujetarme.

- ¡Así no! –murmuro. Está ahorcándome, estoy asustándome. El dolor me puede más pero Él se ha dado cuenta que su voz, sus palabras sucias, son otra forma de excitarme.

- ¿Te niegas a mí? –murmura en mi oído sin dejar de moverse. Me quedo paralizada por su voz –Estas siendo utilizada para mí placer desde que entraste y te gusta –Empieza a moverse más bruscamente, más rápido. A lo lejos, escucho el zumbido en el aire de la fusta de Ella y el chocar en las carnes. Miguel chilla en respuesta y todo se vuelve a encender.  Un gemido escapa de mí y Él mordisquea mi oreja –Lo sabía, eres una puta.

- ¡Lo soy! ¡Lo soy!

-Dilo

- ¡Soy una puta! –repito la frase una y otra vez, enajenada de mí. Gimo, gimo por más, más dolor más placer.

¡POR DIOS…!
¡SOY UNA PUTA!

Él se vino dentro de mi culo, sus uñas se enterraron en mis caderas y sus dientes en mi hombro. Sale de mí y de los pelos me pone de pie. No tuve mi orgasmo pero increíblemente, me siento plena.

-Al piso –ordena mirándome a los ojos y reacciono antes de darme cuenta. Recuerdo la postura de Miguel y la imito –Vaya, no pensé en encontrar una perra muy linda y muy puta por aquí.

Y yo no pensé que hoy me descubriría como soy: Una perra…


Yukari Taslim