Sí mamá, soy puta

El profesor está en la pizarra hablando de un personaje célebre muy importante para nuestro país, cuando una bola de papel cae en mi mesa. Un mensaje y puedo adivinar de quien es:

“¿Nos vemos esta tarde en mi casa princesa? mis padres irán al súper y estaremos solos un par de horas. Te extraño.
Emilio”

En serio, el chico es guapo pero, ya me aburrí de él. Me emocionaba la novedad de estar con él pero eso es efímero. Siempre lo es. Es hora de terminar con el niño. Pobre. Estoy escribiéndole mi respuesta, terminando su cuento de hadas cuando me arranchan el papelito. Alzo la mirada y es el profesor quien está leyendo. Me mira de pies a cabeza, lento, recorriendo con deleite mi sutil pero eficaz escote, la blusa entallada y la minifalda negra de cuero, elevadísima sobre unos botines negros. 

Mi madre, en tono de broma, me dice que tengo aspecto de prostituta… Si supiera que no uso calzón…

-No te veo como si necesitaras de esto para decir lo que piensas o sientes –el profe es nuevo aquí. Tiene menos de una semana por lo que no me conoce. No puedo evitar sentirlo como un reto. Me mira sin sorpresa cuando me levanto de mi lugar y me acerco a Emilio.

-La pasé muy bien contigo, ya nos conocimos y me agradas mucho –el pobre Emilio se está poniendo rojo –pero no soy una princesa. Lo siento –regreso a mi lugar sin dejar de mirar al profe que no me esquiva la mirada.

Soy directa y voy de frente. La gente me dice tosca y grosera. ¿Y qué si lo soy? El profe regresa a su pupitre y sigue con la clase. Toca el timbre y todos salen corriendo.

-Espera Kory –volteo los ojos como respuesta.

-Si profe –escucho que todos mis compañeros salen del aula –Tengo que irme.

-Te he estado observando estos días – ¿Qué quiere decir? - ¿Por qué peleas contra el mundo?

- ¿Por qué debo hacer lo que el mundo quiere? –se ríe. ¿Se está burlando?

-Pareciera que buscas pelea.

-Solo quiero vivir en paz.

- ¿Y por eso tenías que avergonzar al pobre de Emilio? El pobre muchacho te quiere mucho. Está embobado por ti.

-Usted me orilló a ello profesor. Emilio es solo un niño de mamá y lo que él quiere es pasear, flores, mimos, una enamorada que le diga “sí, lo que tú digas”. No nací para tener un collar en el cuello –el profe entreabrió los labios cuando dejé de hablar.

-Tal vez un collar en ese cuello tuyo te quedaría muy bien –murmura levantándose de su asiento y acercándose a mí por la espalda, su respiración roza mi cuello, calentándome la piel hasta llegar a mi oreja –Imagínate, desnuda, con solo un collar en tu cuello, caminando a cuatro patas –cierro los ojos y pego mis mejillas a sus labios.

¿Qué diablos me sucede? Si siento el deseo por alguien voy por él, pero nunca he pensado en un profesor… nunca hasta este momento.

-El concepto de “collar en el cuello” es muy literal para Usted.

-Sé lo que necesitas –susurra más roncamente en mi oreja, acariciándome el cartílago con sus labios. Me estremezco como nunca. Ningún hombre ha logrado eso con un simple roce –Necesitas a alguien que te enseñe lo que necesitas –Cuando iba a pedirle que me explicara su acertijo, con una mano me empuja sobre la mesa, apretando mis pechos sobre la madera sin darme oportunidad de levantarme.

- ¿Qué demonios hace…? –y un golpe sin aviso de llegada me deja muda. Antes de reaccionar recibo otro. Mis nalgas son atacadas con sus grandes manos y yo, yo…

- ¿Qué sucede? –No puede preguntarme eso cuando ni yo misma lo sé. Un hombre me ha golpeado el culo y no sé qué es ese hormigueo que siento. Salto sobre el pupitre ante la llegada de otro golpe - ¿Quieres que me detenga? –detenerse… no puedo responder. Esto que no puedo explicar es algo que no he sentido en mi vida. Con cada nalgada que está estrellando sobre mi culo, es un golpe que da a cada recoveco de mi cuerpo, de mi ser. Estalla en mi cabeza dejándome en blanco, mi boca deja libre gemidos que se forman involuntariamente en mi garganta, los pezones se me erizan más y más con cada golpe que recibo. Miro la piel de mis brazos erizada y así siento todo el cuerpo. A cada golpe mi vientre tiembla, resuena dentro de mí, se estremece y yo siento que me rompo en pedacitos.

Ni masturbándome he llegado a sentir tanto… tanto placer

- ¿Puedes sentirlo verdad?

–Lo que sucede dentro de mí... ¿Qué me pasa?

-Tal vez deseas un collar en tu cuello y no lo sabes… -susurra ronco a mi oído mientras masajea mis nalga y llega hasta mi coño –Lo sabía –dice mostrándome sus dedos brillantes por mis líquidos –Eres una perra que desea, no, que le urge un collar –esas palabras…

¡No! ¡Me niego!

Forcejeo para liberarme, pero solo un poco pues Él me suelta inmediatamente, se aleja de mí y se sienta en su escritorio. Me acomodo la minifalda, que ya la tenía de cinturón y trato de calmar mi respiración, pero su mirada, me hace tiritar pero no de miedo sino de… excitación

-Piensa en lo que acaba de suceder y si deseas lo hablamos –el raciocinio despertaba en mí.

- ¿Y si en lugar de analizarlo, voy y lo denuncio? –Él me sonríe divertido.

-No te veo como chismosa -¿acaso me está retando? –y si piensas que te estoy retando pues no, no lo hago –Él está muy seguro que no hablaré y yo estoy segura de… de… ¡Diablos! Salgo corriendo del salón. 

¿Qué me pasa? ¿Por qué dudo en denunciarlo?

Entro al baño de mujeres y me miro al espejo. Estoy sudando, tengo el delineador corrido y la blusa arrugada. En estos momentos debo darle toda la razón a mi madre, me veo puta y me siento más puta todavía al sentir hormiguear mis pezones, mi vientre contraerse, ese cosquilleo en el clítoris y el abrir y cerrar de mi vagina, anhelante de ser llenada en estos momentos. Me meto a un cubículo, mis cosas van directamente al piso. Me siento rápidamente en la taza y casi me vengo en un gemido de dolor. El culo me duele, me duele muy rico. No soy de permitir que los chicos a los que he usado me nalgueen pero el profe… Él fue diferente.

Mi mano encuentra mi clítoris, hinchadito y mojadito, tiembla rogando por atención. Mis dedos lo atrapan y lo baten, sin sutilezas, lo machacan en círculo, aprieto el culo contra la taza para sentir los músculos excitantemente maltratados y mi mente recrea lo que sucedió en el salón de clases. No me había excitado así antes, no había sentido ese resplandor en el cerebro, nadie me había hecho mojarme así usando el dolor, muchos menos que un recuerdo me esté haciendo gritar como loca desatada en el baño. ¿Acusar al profe? No podría, me ha dado uno de los momentos más excitantes de mi vida.

Me vengo, solo me falta aullar. Soy una perra desatada... ¡No lo puedo creer!

Salgo del cubículo y me arreglo la ropa, retoco mi maquillaje y salgo al pasillo, como si nada hubiera pasado desde que terminaron mis clases, como si no hubiera temblado mal hace unos minutos, como si no hubiera gozado a merced de mi profesor. Todo bien, pero no deseo un collar en mi garganta. No nací para eso. Nací para ser libre.

He evitado cruzarme con el profesor días después. De manera extraoficial, pues no lo aceptaré así me torturen, cuando lo veo desde lejos me pongo a temblar y rápidamente mi cabeza trae al presente ese día. Mis rodillas tiemblan y mis nalgas anhelan sus manos. 

¡NO! ¡No puede ser! 

Saco esos pensamientos de mi cabeza y me voy a la biblioteca. Saco unos libros de los estantes para hacer las tareas pero de un momento a otro los siento pesados y caen al piso. Mi cuello es apresado sorpresivamente y un líquido es lanzado a mi cara. Pataleo pero me siento pesada, floja, casi sin fuerzas pero muy consiente de todo a mi alrededor. Ladeo mi rostro y mi atacante usa una máscara de gas negra, que se hace grande y pequeña mientras más trato de enfocarlo. De pronto estoy boca abajo, colgada como un costal de papas sobre el hombro de mi atacante.

¿Me va a secuestrar? Esta semana ha sido una de locos.


La iluminación se vuelve más oscura, ¿me sacó de la biblioteca? El espacio me parece cerrado. Soy
puesta en una superficie lisa. Miro el techo entre marrón y dorado que me parece familiar. Mis manos son atadas en forma de cruz contra mi pecho, en un cruce de cuerdas gruesas que forman figuras geométricas y terminan unidas a la mesa. Está pasándome el aturdimiento.

La falda tableada negra la tengo subida, no correo mucho viento, el ambiente es cálido. Veo mi pierna derecha siendo estirada, a más no poder, y atada del tobillo a la esquina de la mesa. Mi otra pierna es atada igual. Estoy amarrada y de piernas abiertas, expuesta y vulnerable. Mi atacante se sube a la mesa y se lame los labios cuando mira mi coño abierto, cuando recorre mis piernas, las cuerdas que me tienen sujetas, mi rostro, mis ojos pero, pensativo, se queda mirando su obra completa por un momento antes de suspirar.

-Ya sé que es lo que falta –y de su bolsillo saca algo negro con destellos plateados, lo coloca en mi cuello, del cual, prende una cadena que sujeta desde su posición. Lo miro sorprendida. Se saca la máscara de gas para poder ver su sonrisa ladina ante mi sorpresa.

-No puedo creerlo…

-El que no puede creerlo soy yo –me dice burlón –te has escondido de mí todos estos días. ¿Miedo?

- ¿A ti?

-A lo que sentiste ese día y no te atreves a aceptar –Veo que se quita la correa, ¿me golpeará el culo con ella? No puedo evitar estremecerme ante ese pensamiento. La emoción crece en lugar de la preocupación. Se baja el cierre del pantalón y saca su verga erecta de punta brillante.

Debo estar loca, se me está haciendo agua por tenerlo en alguno de mis orificios.

-Te queda muy bien ese collar y sujeta a mi cadena, perra –y me lo mete todo de golpe. Me abre despiadado y un quejido sale de mí. Despierto completamente de mi aturdimiento inicial para subirme al tren de la adrenalina con cada empuje que da en mi interior. Sus manos se sujetan fuertes de mis piernas. Tendré marcas violáceas de sus dedos como quedaron cual sellos rojos sobre mi culo.

Empiezo a gemir más alto, más rápido, estoy pidiéndole que me dé más. ¡Voy a tener un orgasmo mortal! Cuando la puerta es tocada con insistencia.

-Profesor, está haciendo ruido –grita la renegona de la bibliotecaria. Tiene 32 años pero el alma de  una de mil años -Él sale de mi vagina y se acomoda en mi ano.

-Señorita Dana, pedí permiso para usar esta habitación de estudio y a esta hora pues necesito ver un film de historia y, como no me deja llevarme los dvd, pues debo verlos aquí.

-Pero podría bajarle volumen, ¿no? –masculla. Oigo que se aleja

-Lo intentaré –responde acomodándose y empuja fuerte.

¡GRITO! ¡GRITO! ¡GRITO! 

Es un grito desgarrador, es un dolor desgarrador. Es un placer desgarrador lo que sientes en esa invasión, con esa fuerza, con esa fiereza y sin pedir permiso. Si alguien no llama a la policía por los gritos es porque es un sádico al que le gusta oír mis gritos, como por ejemplo, Él.

-Si… -dice arrastrando la vocal –Kory que apretadito lo tienes. Te ves hermosa llorando. ¿Es de dolor?

- No… digo sí

-Me encanta tu confusión y seré yo quien te ayude a abrir los ojos.

-Si, solo tú, solo tú –lo que me ha hecho, todo, es como si supiera lo que necesito, lo que deseo incluso antes de yo saberlo.

Sus embestidas son más rápidas, más profundas y mis gemidos más audibles. Me desconozco pero estoy disfrutando mucho de esto, de lo que Él está haciéndome. Jala la cadena con fuerza hacia abajo, haciendo que choque y frote mi clítoris. Estoy excitada y me escucho lloriquear.

¡Me vengo! ¡Me vengo!... Él se viene primero y al oírlo, al sentirlo temblar dentro de mí, activa algo 
en mí que me hizo correrme con fuerza. Siento el culo húmedo.

El profe sale de mí y despacio empieza a desatarme, colocando mis piernas muy adoloridas sobre la mesa. Cuando me desata completamente hace que me ponga de pie y me abraza. Es la primera vez que siento esta calidez y emoción cuando soy abrazada por un hombre. 

¿Qué es lo que tiene este hombre?

-Ve al baño, límpiate y nos vemos en clase mañana –dice con el tono del profesor de mi curso –ya viste que no tienes por qué tenerme miedo –sonrío. Miedo le tengo de lo que pueda descubrir con Él, pero es más las ansias de descubrir eso con Él. Le doy un beso en la mejilla y tomo mis cosas para salir.

-Esto es tuyo –le digo al percatarme que aún tenía el collar en el cuello. Solo le quitó la cadena.

-No, es tuyo –me dice sonriendo burlón en mi cara y posterior carcajada. Le doy las gracias y me voy de la biblioteca con el collar puesto. Con una sonrisa en mi rostro camino por el campus recordado todo el momento hasta que el celular interrumpe mis pensamientos.

- ¿Si mamá?

- ¿Dónde andas hasta esta hora? A estas horas solo andan las putas –me dice bromista. Me río y le digo sin pensarlo.

-Si mamá, es que soy una puta…

Yukari Taslim


Mis jefes

-Si… -murmuro bajito. Es horario de oficina y en mi cubículo sin puertas, sin techo y pegado a otro, no tengo mucha privacidad, pero meter la mano entre mis piernas es algo que no puedo evitar hacer a diario.
Mojada, separo las rodillas y mi espalda se recuesta a más no poder en el respaldo. Temo que puedo romperlo en algún momento pero necesito ese orgasmo liberador del día. Es excitante como pueden estar mis manos debajo de mi falda, dentro de mi truza, haciéndome olvidar del mundo por un momento, morir feliz por unos minutos. Humedezco mis dedos, me restriego sobre la silla mientras los demás teclean documento tras documento, sin despegar la vista del monitor por miedo a equivocarse, por miedo a asumir un error, una decisión o una consecuencia.

-Hola Ivette.

- ¡Diablos! -grito asustada, sacando rápidamente la mano de entre mis piernas. 

-Perdón, no quise asustarte -me dice mi jefa con un tono divertido y despreocupado mientras recojo los lápices que lancé. Casi tiro el monitor del susto. Me limpio disimuladamente los dedos en la silla.

-Tranquila –le murmuro. La situación es embarazosa, ¿me vio masturbándome? - ¿Desea algo?

-Una ayuda con un documento que se trabó en la impresora –Es la primera vez que mi jefa viene a pedirme ayuda ¿Y su secretario? No da más explicación. Se va directamente a su oficina, imagino que piensa que no me negaré. Y es verdad. Ella es mi jefa.

Cuando entro a la oficina, los ventanales hacen que el espacio esté iluminado naturalmente, lo que le da un bonito aspecto.

-Ahí está la impresora –me dice señalando hacia un lado mientras se sienta en la orilla de su escritorio. Volteo hacia la máquina, alta hasta mi cintura.

- ¿Y Miguel? –le pregunto por mi amigo, su secretario, mientras le reviso la pantalla digital de la impresora.

-Él está viendo un asunto –murmura bajito. La impresora no reporta alguna hoja atascada. Cuando iba a decírselo, un golpe impacta en mi nalga izquierda. Me quedo paralizada, en blanco y muda cuando otra nalgada cae, ahora en la derecha. Nadie me había nalgueado en mi vida, por lo que ese escozor nunca lo había sentido…

Por lo que no sabría que me iba a gustar… que me fuera a excitar

Me sujeta de los pelos y jala mi cabeza hacia atrás, me sujeto rápidamente de las orillas de la máquina para no caerme.

-Grita todo lo que quieras, nadie te va a oír –vuelve a darme una nalgada. Tiene razón, las oficinas cerradas son insonoras para evitar que se filtren conversaciones secretas. Imagino que cuando lo hicieron no pensaron en que ocultarían mis gritos y gemidos.

Empuja mi cabeza contra la impresora, dejando mi culo a su disposición. Nalgada tras nalgada, golpe tras golpe, una corriente me recorre entera de arriba abajo, desde la punta del pie hasta la punta del cabello. Duele pero es algo raro, me gusta y deseo más. Doy un salto cuando Ella mete sus manos entre mis piernas abiertas por delante.

-Mojada –susurra a mi oído –como siempre te pones cuando te masturbas en tu cubículo - ¡Me vio! –Sabes que es delicioso ver como tiemblas en tu silla, ver tu falda levantada, el liguero –suelto un gemido, sus palabras me encienden –Eres una puta Ivette y como puta te voy a tratar –Saca sus dedos de mi entrepierna chorreante y los acerca a mi boca, la cual abro sin que me lo diga. Y chupo, lamo, me saboreo. La miro de reojo y sus ojos brillan mirándome la boca.

-Vas a salir, irás al baño, te quitaras las bragas y las tirarás. Luego regresarás aquí. Ve –me suelta y la miro cuando se va a su escritorio y se acomoda en su sillón cuando levanta su celular y me queda mirando. 

Camino hacia el baño de la oficina y hago lo que me pide. Cuando salgo, el jefe de mi jefa estaba ahí.

-Buenas tardes –murmuro pero Él solo me mira.

-Ivette –miro a mi jefa colocando una llave en la mesa –abre el armario y saca lo que encuentres ahí --Cojo la llave y la miro. ¿Qué saque lo que encuentre? Creo que debería ser más específica. En un armario puedo encontrar archivos, objetos de oficinas, tantas… tantas cosas, pero jamás pensé que encontraría lo que vi al abrir la puerta.

Ahí estaba Miguel, desnudo y de rodillas, mirándome emocionado y muy excitado, su miembro erecto apuntando hacia mí me lo dice.

-Descuelga la cadena y trae a mi perro aquí Ivette –menciona Ella desde su escritorio. Él aún no ha dicho nada. Tomo la correa y saco a Miguel, quien a cuatro patas anda emocionado delante de mí, alborotado diría yo por llegar con Ella, quien se encuentra ya en medio de la sala. El secretario restriega su cara en las piernas de su Dueña, contento de verla, de tocarla y más excitado. Su verga parece a punto de estallar. Escucho el chirrear de una silla. 

Él se levanta de ella y se acerca a mí, con gesto adusto, mirada oscura, recorriéndome completa y con unas esposas metálicas, encadenadas entre sí, en sus manos.

- ¿Te gustaron las nalgadas? –pregunta colocándome las esposas y engancha la cadena en la lámpara del techo. Él es tan alto como para estirarse y alcanzarla. Me coge con una mano de las mejillas –Lo que viene, te gustará más todavía.

Se posa delante de mí y rápidamente me rompe la blusa. Veo los botones volando delante de mis ojos. Un gemido capta mi atención. Era Miguel, quien estaba siendo abofeteado por Ella, quien le decía que era un perro y que debía obedecer.

- ¡Ouch! –grito luego de oír un zumbido.

- ¿Te dolió? –escucho que Él pregunta y me da otro en la espalda, en la misma zona –Me alegra y gusta mucho que te duela. Y ahora te gustará más –y me da otro. No logro ver con qué lo hace pero el escozor, unos pequeños piquetes, se sienten esparcidos por toda mi espalda. Veo a Miguel viniendo hacia mí a cuatro patas, directamente a mi entrepierna mientras mi jefa abre un cajón y saca una fusta negra, hermosa. Iba a preguntarle si pensaba darme con eso cuando mi mente quedó en blanco por unos minutos. Un orgasmo sorpresivo me hizo gemir audiblemente. El látigo en mi espalda y la boca de Miguel en mi coño fueron demasiada estimulación para mí. 

No había tenido nunca un orgasmo de esa manera.

-Leonela, tenía razón –murmura Él jalando mis cabellos para acercar mi cabeza a la suya –Eres una puta y hoy serás mi puta. En ese momento me di cuenta que no había hecho nada más que gemir y gritar desde que entré a esta oficina. Ella, Leonela, le da una cuchilla a su jefe y este empieza a romper mi falda. No me preocupa que lo haga o que no tuviera una muda a cambio. Ni siquiera me preocupa el hecho de que pudiera cortarme la piel. Lo único en lo que pienso era en qué me harían ahora. ¿Me darían con esa fusta? Ella parece poseída por este objeto pues Miguel debe de haber recibido ya más de cien golpes en sus nalgas.

-Ten cuidado con eso –le dice Él.

-Pero a mi perro le gusta –se acerca a Miguel y de los pelos aleja su cara de mi vagina para que la mire a la cara - ¿No es así perro?

-Si mi Señora.

-Abre la boca –Miguel lo hace y Ella le escupe dentro. Lejos de parecerme asquerosa la acción, me sorprendo a mi misma alucinando que Él me escupe a mí. Miguel, con su boca entre mis piernas, empieza de nuevo a lamerme, a comerme la concha con avidez, con hambre. Ella vuelve a empezar su espectáculo con la fusta y las nalgas de Miguel, y Él… Él… ¿Por qué acaba de tirar las cosas del escritorio?

Se me acerca. ¡Oh por Dios! Tiene una mirada más oscura que antes, hambrienta, como si deseara devorarme... ¡Viene decidido a devorarme! Suelta la cadena de la lámpara y de los pelos me lleva a la mesa, me sube a ella y me abre de piernas. El perro, Miguel, es traído por su dueña, quien ahora pasea con un pene de látex negro, un arnés. Antes de pensar que hará con ello, Él me recuesta de los pelos boca arriba y toma mi cara.

-No me muerdas –Me advierte y me mete su verga dura en la boca. No puedo objetar, las arcadas vienen rápidamente hacia mí pero no puedo hacer nada más que recibirlo y aguantar. Entre mis piernas Miguel hace lo suyo con esa lengua. Es bueno. Imagino que su Dueña lo entrena muy bien. Él sigue dándome mal, sin miramientos, sin importarle si respiro. Miguel me da un pequeño mordisco y lo escucho gritar.

-No te corras –gruñe Él. ¿Está loco? Como me pide eso. Enloqueceré si no me vengo. Él dándome de lleno en la boca, Miguel comiéndome la concha con desesperación, lo que Ella debe estar haciéndole a su perro para que chille y me la chupe mejor, el escozor en mi espalda y nalgas, la situación en general. Mis amigas hablaban sobre lo intenso que sentían cuando tenían sexo. A mí no me la han metido y estoy por desmayarme de lo intenso que se siente todo. No creo poder aguantarlo.

Con brusquedad, el jefe de mi jefa saca su miembro de mi boca y me sienta en la mesa, quedando
recostada sobre su pecho. Me rodea con sus brazos y abre mis piernas a más no poder. Ya sé por qué Miguel chillaba y me comía mejor. Ella le rompía el culo con esa verga negra de látex. Los senos empiezan a dolerme de lo excitada que estoy con la tremendamente erótica imagen frente a mí. Necesito mi orgasmo.

- ¡Hey tú, perro! –Miguel alza la cabeza –Métele tu verga.

- ¡No! –quise pararme de la mesa, hasta ahora todo bien pero a ser penetrada no. Él me tenía sujeta de las piernas aún abiertas. Me agarra tan fuerte que no puedo zafarme.

-No te pregunté si querías o no. Te la va a meter y te va a gustar –La voz de Él es grave, profunda, me hechiza, me distrae tanto que chillo cuando soy penetrada de una embestida que me abre la vagina dolorosamente. Miguel me embiste una y otra, al ritmo que le marca Ella con sus embestidas. 

Él tenía razón.

- ¡No te corras! –me gruñe al oído y sus manos sueltan mis muslos para posarse salvajemente sobre mis tetas, apretándolas, pellizcándolas, estirando mis pezones como si fueran cintas elásticas y luego marcándolos con sus uñas. Y yo no me quejo, gimo y gimo como loca. Estoy por pedirle que no se detenga pues estoy muy excitada. Los cuatro en esa habitación dejándonos poseer por la lujuria como unos animales o tal vez dejando salir nuestra verdadera naturaleza.  Mis jefes usándonos a Miguel y a mí, mientras los de afuera son ajenos a ello. Tal vez si alguno supiera lo que estoy descubriendo dejarían salir a su yo verdadero…

¡Me gusta ser usada…!

- ¡Basta! –dice Él con voz de mando cuando estoy mordiéndome con fuerza el labio inferior, para detener mis gritos, para detener mis lágrimas, para detener mi orgasmo. Ella sale del culo de Miguel y de los pelos hace que salga de mí, lo pone otra vez en cuatro y se sienta sobre él, con una pierna a cada lado y con su inseparable fusta en la mano.

- ¡Que hermosa imagen! –dice ella mirándome hambrienta la concha pues mis piernas siguen abiertas de par en par - ¿Puedo? –pregunta a Ella, pasando su lengua por sus labios.

-Hoy no –murmura Él maniobrándome como la muñeca que soy en estos momentos para bajarme de la mesa.

¿Dijo hoy no?... quiere decir que… ¿Se volvería a repetir? ¿Me volverían a usar?

Estoy de pie, con Él a mis espaldas, me empuja contra el escritorio y se acomoda en mi culo.

- ¡No, espera! –Le digo aterrada - ¡No, por ahí no! ¡Así no! –pero no me escucha y me rompe el culo, me penetra completa de un solo empujón y se queda quieto por unos momentos. Nunca me la habían metido por ahí. Yo no puedo moverme, no puedo zafarme, lucho con todas mis fuerzas pero Él esta con todo su torso haciendo peso sobre mi espalda.

Empieza a moverse dentro de mí. Me arde cuando me abre más y más. Mis lágrimas empiezan a salir raudas por el dolor y el miedo. Estoy asustada. Empiezo a moverme otra vez, quiero empujarlo pero el pasa su brazo alrededor de mi cuello para sujetarme.

- ¡Así no! –murmuro. Está ahorcándome, estoy asustándome. El dolor me puede más pero Él se ha dado cuenta que su voz, sus palabras sucias, son otra forma de excitarme.

- ¿Te niegas a mí? –murmura en mi oído sin dejar de moverse. Me quedo paralizada por su voz –Estas siendo utilizada para mí placer desde que entraste y te gusta –Empieza a moverse más bruscamente, más rápido. A lo lejos, escucho el zumbido en el aire de la fusta de Ella y el chocar en las carnes. Miguel chilla en respuesta y todo se vuelve a encender.  Un gemido escapa de mí y Él mordisquea mi oreja –Lo sabía, eres una puta.

- ¡Lo soy! ¡Lo soy!

-Dilo

- ¡Soy una puta! –repito la frase una y otra vez, enajenada de mí. Gimo, gimo por más, más dolor más placer.

¡POR DIOS…!
¡SOY UNA PUTA!

Él se vino dentro de mi culo, sus uñas se enterraron en mis caderas y sus dientes en mi hombro. Sale de mí y de los pelos me pone de pie. No tuve mi orgasmo pero increíblemente, me siento plena.

-Al piso –ordena mirándome a los ojos y reacciono antes de darme cuenta. Recuerdo la postura de Miguel y la imito –Vaya, no pensé en encontrar una perra muy linda y muy puta por aquí.

Y yo no pensé que hoy me descubriría como soy: Una perra…


Yukari Taslim

¿Secuestrada?

¿Qué tan jodida puede estar una persona? ¿Qué tan retorcida puede ser una sin saberlo?
¿O todo lo que ahora siento es lo normal?
¿Acaso lo que llamamos “normal” es lo retorcido…?

¿Dos o tres?
¿Cuatro o cinco?
¿Diez o quince?
¿Minutos u horas?
¿Días…? Semanas tal vez…

No siento la diferencia, no sé si es de día o de noche, si debí marcar ya mi entrada en el trabajo, si ya es hora de almorzar o si ya es salida. Tal vez es domingo cuando no salgo de casa. No sé si estas ansias son de hambre o por la anticipación de lo que puede sucederme en cualquier momento. No sé nada en estos momentos, NADA… casi nada...

Solo sé una cosa en concreto: No soy la misma de antes.

Era de noche cuando todo inició, me quedé horas extras en el trabajo. Estaba ordenando mis cosas para irme a casa, las guardaba en mi cartera cuando escuché un ruido. Pensé que era el viento golpeando la ventana, no le presté atención. Volví a oír un ruido y cuando volteé, Él estaba detrás de mí, con su sonrisa ladina de dientes sangrantes y chuecos, sus afilados picos entrelazados entre sí, asquerosos y amarillentos, casi rozándome la nariz. Me miraba desde arriba pues es más alto que yo. Del susto no pude analizarlo más y mi cuerpo reaccionó, lo empujé y eché a correr por toda la oficina, con el corazón por reventar oprimido por el miedo. Grité fuerte, esperando que el guardia de la oficina me escuche pero no lo hizo. Tiré un par de sillas y dos monitores para que Él se tropezara y así poder escapar, pero mi pie se enganchó con un cable y caí. Él me alcanzó rápidamente y de los pelos de levantó para lanzarme de espaldas contra la pared. No tuve tiempo de decir algo, mucho menos de gritar, su gancho izquierdo directamente a la boca del estómago me sacó el aire. Me desmayé y desperté desorientada aquí.

Pensé que estaba en una pesadilla. El lugar es espeluznante, oscuro y sucio. Solo hay un foco en medio del cuarto que pareciera haber sido antes un taller automotriz por la grasa en las paredes y pisos. Las ventanas, que me serían imposibles de alcanzar, están cubiertas por bolsas negras y cartón, impidiéndome calcular el tiempo. En una esquina hay una ducha y un inodoro a la vista que, contrariamente al lugar, están pulcros. Hay una cama con un armazón de barrotes removibles por los cuatros lados y en el techo. La cama puede terminar siendo una jaula muy grande. Tiene un colchón con sábanas blancas y limpias. Hay una mesa antigua y tallada de madera pero bien cuidada pegada a una pared. Cuando la vi por primera vez, me puse a llorar. Algunos de esos instrumentos sobre ella, impolutos también, eran raras reliquias que solo había visto en una visita guiada al museo de la Santa Inquisición, en la sala de tortura…


No sé cuántos días he estado aquí. Cuando abrí los ojos estaba tirada en el piso, amordazada con cintas de embalaje, mis manos atadas a mis tobillos con el mismo material, apretadas, molestándome la piel. Empecé a llorar, a gemir, a retorcerme como endemoniada en el piso. Estaba aterrada y peor aumentó cuando, no sé de donde, apareció Él con aquella máscara puesta, me miró por un momento antes de arrodillarse y empezar a ahorcarme a dos manos. El aire se me escapaba de los pulmones y las lágrimas me hacían ver borroso, pero se me quedó grabado sus colmillos entrelazados, los ojos oscuros y huecos que me observaban mientras boqueaba con desesperación por aire, la piel porosa de la máscara. Me desmayé. Cuando volví a despertar, estaba ahora acostada en la cama, atada y amordazada, y Él estaba sentado a mi lado, mirándome fijamente detrás de esa máscara que me erizaba de miedo la piel. Empecé a moverme, a patalear para soltarme. Lo empujaba para que se cayera, lo golpeaba… ¡Era un maldito inhumano al tenerme así!

¿Por qué? ¡¿Qué le hice?!

La puerta suena distrayéndome de mis recuerdos. Él ha llegado. Junto las piernas, el cuerpo me tiembla y mi respiración se hace más rápida, pesada. Mis brazos adormecidos se empiezan a sacudir. Estoy colgada en medio de la habitación, desnuda. Tirito pero no es de frío, es… emoción. El clítoris se me endurece. Lo miro entrar y mi mente vuelve rápidamente al día que volví a despertar. Inesperadamente se sentó a horcadas sobre mí, me quitó de un tirón la cinta de mi boca y me metió una señora bofetada, tan fuerte como para voltear mi rostro, para remecer mi cerebro y que todo me dé vueltas. Ese golpe me estremeció de pies a cabeza, un cosquilleo de insano gusto me recorrió entera, asustándome mal. Me gustó ser golpeada y quería pedirle otra bofetada, pero ¿Por qué?...

Me observó por unos minutos, midiendo mi reacción, esperando a que gritara de nuevo pero no lo hice. Él me dio otra bofetada para ver si reaccionaba, y luego otra, y otra y otra pero no grité. Lo miré sorprendida, mas por mi reacción que por Él. Con cada bofetada, mi cuerpo empezó a encenderse hasta que llegué a gemir.

– Buenos días tengas hoy mi Señor –mi cabeza permanece agachada al pronunciar el saludo fuerte y claro. Él me enseñó a saludar así a látigo en mano una vez. Siento que me mira, debe estar sorprendido por como lo estoy esperando.

–Hola –me dice acercándose al enganche de la cadena y la suelta lentamente. Mis brazos caen, el dolor en mis hombros me gusta. Se acerca a mí, me suelta la cadena de las muñequeras de cuero y engancha una cadena más pequeña al collar de cuero puesta en mi cuello.

- ¡Al piso perra! –la primera vez que me dio esta orden, me quedé estática, no sabía qué hacer. Como no obedecí, me tiró un puntapié en el muslo, dolió, me dejó un moretón, el primero de muchos que ya tengo. Caí al piso y jaló de la cadena, paseándome en cuatro patas por toda la habitación. Luego me metió a la ducha, y me orinó. Me bañó entera en sus orines, me los dio de beber y yo… ¡yo quería más! Luego me bañó con agua helada y me dio de comer en el piso.

Camino a cuatro patas detrás suyo. Él jala la cadena hasta el banco de un metro de largo y menos de medio metro de ancho. Mi cabeza se estrella en el piso cuando el peso de su pie cae sobre ella. Mi mano derecha coge mi muñeca izquierda detrás de mi espalda. Espero a que decida que hará conmigo. Cierro los ojos y escucho su andar, el remover de algunas cosas de la mesa y su regreso. De los pelos me levanta y con tosquedad me sienta sobre la banca. Su mano aprieta fuerte mi garganta y me recuesta completamente, dejando una pierna a cada lado de la banca y mi cabeza colgando fuera de la banca, me ata las muñecas por debajo y con otra cuerda, sujeta mi torso al mueble, apretándome fuerte por debajo de mis senos. Ata cada tobillo a la banca, dejando mi vagina abierta para Él, vagina que ya tomó en muchas ocasiones, de muchas formas y con objetos que jamás pensé podrían meterme. Pasa su dedo por ella, haciéndome temblar, y luego me lo mete a la boca para limpiarlo. Lo lamo, mirando a sus oscuros ojos de rato en rato. Escucho que se aleja hacia la mesa y al regresar, me enseña un pepino. No creo que me lo haga comer.

-Abre la boca –exige – ¡Más! –y me mete la verdura, no muy gruesa pero si muy duro. Lo mete y lo saca por un rato hasta que me jala el cabello para tirar mi cabeza hacia atrás y me quita el pepinito. No quiere que vea lo que hará a continuación.

Ata el pepino a la banca, apretándolo contra mi concha. ¿Piensa meterme eso?... No lo creo, ¿oh si? Y la excitación empieza a encenderme. ¿Estoy deseosa de que me lo meta?... ¡Puta madre! Estoy deseosa de que me lo meta. Escucho su andar de aquí para allá, como toma algunas cosas de la mesa y como arrastra objetos de metal. Me estaba relajando cuando un grito huye desde lo profundo en mí y mi cuerpo quiere escapar de la banca al reaccionar ante el dolor inesperado que acaba de sentir. ¡Algo me está mordiendo una teta!

- ¿No te gusta?

- ¡No! –grito

- ¡A mí sí! –me dice y grito de nuevo al sentir pequeños dientes en la otra. Alzo la cabeza y veo mis pezones apretados por pequeños ganchos –Con dientecitos –me dice –para que sujeten mejor –Los siento clavándose en mi piel, enterrándose en ella. Él coge más ganchos de una cajita y emprende a formar dos caminos sinuosos, partiendo desde mis senos, enganchando en mis costillas, delineando mi cintura y mordiendo mi vientre, hasta llegar allá abajo, llegando a masticar mis labios…

- ¡Mierda! –grito y rápidamente una cachetada sacude violentamente mi cabeza, para luego recibir cuatro más, una por cada palabra de la clásica frase de papá.

-NO. HABLES. MALAS. PALABRAS.

-Perdón –lloriqueo. A Él no le gusta que hable así –es que duele mucho y… –gimo fuerte, gimo mal. Sus dos dedos parecen que buscan reventarme el clítoris por como lo estruja fuerte. Mis pezones hormiguean pero rápidamente aparece el dolor y se da todo un descubrimiento en mí. Ambas sensaciones son más intensas de lo habitual, placer fuerte y el dolor brutal son una combinación que va más allá de mi entendimiento. Empiezo a mover mis caderas contra su mano, Él se aleja. Se oye su risita burlona y sé que detrás de la máscara una sonrisa se debe estar dibujándose en su rostro ante lo que ven, a mí, sorpresa de lo que acaba de ocurrir: Disfruté plenamente del dolor.

Y una interrogante aparece en mi cabeza: ¿Podría sentir un dolor aún más brutal de que lo he sentido hasta ahora?

Siento más penetrantes las mordiditas. Agrega dos ganchos más en cada cara interna de mis muslos. Doy un gritito y luego suspiro. Y cuando creí que no podía hacer más conmigo, escucho un fósforo prenderse. Miro y veo los dos candelabros de pie con cuatro posaderas de velas cada una que siempre me parecieron medios raros pues las posaderas están torcidas hacia abajo. Ni idea tenía de porque eran así, hasta ahora. Tengo un candelabro a cada lado y Él empieza a encender cada vela. ¡Va a echarme la cera!

-Tranquila –me dice. Seguro vio mi cara de susto –Esto me va a gustar mucho –iba a decirle que no me gusta el ardor de quemarme, tuve una experiencia con la plancha, cuando soy interrumpida por el continuo goteo de la cera sobre mí, sobre los ganchos que muerden mi piel –Son velas especiales, se consumen rápido –mi cabeza la tiró hacia atrás cuando suelto un alarido. Cierro fuerte los ojos, disfrutando del dolor que se confunde con el placer, disfrutando de mi excitación con el hecho de no temer a este hombre, que sigue observándome tras su máscara, que me ha follado mal mirándome detrás de ella, y lo que me puede hacer; del hecho de olvidar que me trajo secuestrada, del hecho que no puedo dejar de pensar en Él.

Abro los ojos cuando escucho sus pasos y veo su verga dura como un palo frente a mí.

-Abre el hocico –dice abofeteándome. Lo disfruta mucho. Ni bien separo los labios, me la mete rápido, fuerte y no me deja respirar. ¡Por Dios, me está atorando! –Es el ángulo de tu cabeza boca arriba que me permite meterla hasta el fondo –Y empieza a moverse, enérgico y sin contemplaciones. Está ahogándome y sé que lo disfruta, me lo dijo una vez mientras me ahorcaba a dos manos y su verga perforaba mis entrañas. Gruñe disfrutando de mis arcadas, de mis lágrimas, del ardor que siento al sentir la cera resbalando sobre mí y a la dolorosa penetración del pepino en mi concha. Sus manos sueltan mi cabeza y van a mis atormentados pezones duros. Le gusta adorarlos apretándolas con las uñas.

Me duele la espalda, los brazos atados también. Por mi cara escurre mi saliva y el jugo entre mis piernas baña al pepinito. Esto me gusta, todo esto que jamás pensé vivir lo disfruto, lo que me hace Él me gusta mucho.

¡¿Qué me pasa?!

Cuando estoy por venirme, Él saca su pene de mi boca y empieza a sacarme los ganchos a la fuerza, estirando mi piel, raspándola, rompiéndomela y ensangrentándola. Mi piel arde, duele, lloro y a Él no le importa, lo goza, los gruñidos debajo de la máscara lo delatan. Lo que me asusta es que no le pido que se detenga, no lo hará, pero no se me ha pasado por la cabeza hacerlo. Libera las cuerdas que me atan a la banca y antes de darme cuenta, de los pelos, me tira bruscamente al piso, boca abajo. Grito de dolor cuando mi piel roza con el suelo áspero, siento mi piel en carne viva. Estoy por levantarme cuando aprieta mi cabeza contra el suelo.

-Dobla las rodillas –escupe las palabras restregando mi mejilla contra el piso. Absorbo el dolor, doblo las rodillas, con el pecho pegado al piso y mi mano izquierda sujetando a la derecha; dejando mi culo al aire, mis dos huecos disponibles para Él. Su mano sujeta la unión de mis muñecas y entierra los dedos de la otra mano en mi cadera para que me la meta con furia, de una por mi concha que se desborda de jugos, que moría por sentir que la abre duro. Ese dolor, ese placer, los embiste que me da me hacen vibrar, pero oírlo a Él disfrutándolo me hace sentir… viva. No sé cuántas veces me ha dado pero me sorprende cuando se levanta y de los pelos me lleva con Él hasta la banca.

-Una pata a cada lado –brama, su voz es más gruesa, más oscura, perfecta para acompañar a la máscara que usa. Cuando mis piernas están separadas por la banca, empuja mi cuerpo contra el mueble y se sienta detrás, sintiendo su miembro contra mi culo, restregándomela antes de que sus manos acaricien mi cuello, que sus uñas rasguñen mi espalda haciéndome arquearla y una mano se estrelle con fuerza sobre una nalga, que la acaricie y vuelva a hacerlo –me gusta tu culo – Oh oh –me gusta romperte el culo –me agarro con fuerza a la banca en el momento en el que me desgarra el ano de un solo embiste. Grito, y me muevo para zafarme pero me tiene bien sujeta de las caderas. Al moverme, sus uñas se entierran en mi carne y se recuesta un poco sobre mí. Me aprisiona contra la banca. Me sujeto con fuerza a los bordes del mueble y cierro los ojos. 

No sé lo que es, desde que Él llegó hasta este momento, o el secuestro, o si es lo que estoy sospechando, que me gusta ser tratada así por Él, o todo sumado hacen que empiece a disfrutar el que me folle duro por el culo. Las primeras veces fueron difíciles, pero hoy, empiezo a gemir. Él me dá más rápido, una y otra, con fuerza, haciendo que mi cuerpo adolorido siga restregándose contra la banca. Él gruñe que ya se viene y cuando lo hace, muerde un lado de mi espalda y se corre dentro de mí al mismo tiempo, sintiéndolo estremecerse, sintiendo como su respiración regresa poco a poco a normalidad. Sale de mí y va al lavadero a asearse, mientras yo a duras penas empezó a sentarme, a sentir y disfrutar del dolor en el cuerpo cuando me jala de los pelos y me levanta para llevarme a la ducha.

-Báñate. Voy por comida –y se fue. Y aquí es donde entra mi conclusión del inicio: No soy la misma de antes.

Su rostro sigue escondiéndose de mí tras esa máscara que me encanta, no conozco su vida solo lo poco que me ha querido compartir las veces que nos hemos sentado a conversar, no estoy atada y la puerta está sin seguro, como muchas veces ya lo dejado, puedo irme, puedo escapar, ser libre pero no quiero, no puedo. Increíblemente me siento libre de verdad aquí, entregándome a Él, siendo una muñeca feliz dejándose maniobrar por Él.

Quiero seguir aquí… quiero terminar de descubrirme y siento que solo Él podría ayudarme…

Yukari Taslim

La pequeña

Me miro de pies a cabeza en el espejo embarrado de mugre, alumbrado tenuemente por un foco amarillento, pero yo siempre deslumbro a donde vaya, en donde esté.

Soy la brillante princesa en medio de este muladar lleno de polvo, de colillas de cigarros, algunas botellas vacías y otras rotas de licor barato y caro; de ropa sucia, de restos de comida putrefacta, verdosa y de olor rancio en este cuarto alquilado.

Soy la niña inocente en medio de este mundo sórdido. Soy la nena de papi a la que deben engreír, soy esa desolada pequeña que se esconde bajo el ala del “papá protector”, la bebita. Así me miran, como la ingenua muñeca de porcelana. Todos los ojos siguen a Coraline en la calle, reuniones, en la universidad. Todos quieren con ella, la observan, la desvisten con la mirada, la desean. Todos se quieren comer a la inocente y menuda sumisa, aspecto delineado que me da la faja muy ajustada.

Estoy gorda. Es que el cerdo asado es tan irresistible como yo, tan carnoso, pulposo como mis piernas celulíticas que todos quieren manosear. Los postres son tan dulces, tanto como mi concha jugosa cuando estoy excitada. Mis estrías son horrendamente notorias pero la ropa holgada la oculta bien. Tal vez debería hacer ejercicios y empezar con la dieta pero es muy fastidioso y cansado…

Estoy muy bien así. Igual siempre consigo lo que quiero y a los que quiero.

Vuelvo los ojos al espejo empañado, me arden por el humo de los cigarros que me acabo de terminar. Me sobo la vista y me miro nuevamente.

Mi cuerpo pequeño, delgado y de piel tersa está preparado para ser tocado, mancillado, listo para cambiarle el tono trigueño a uno rojo, o mejor a un verde violáceo, aunque no me guste mucho que digamos…

-Coraline –escucho que me llama. Veo por el espejo que Él camina hacia mí. El primer Dominante al que elegí, el primero que cayó…

Alto, con ese porte de ser el dueño del mundo, mi dueño… bueno, eso es lo que Él cree por ahora, lo cual es muy conveniente para mí. Si supiera la verdad de mi sentir

-Al piso –caigo lentamente con los ojos fijos a sus pies. Sin que me ordene, me acerco a ellos y empiezo a lamérselos, saboreando el cuero de sus zapatos. Tengo que ser convincente con mi conducta. Soy sumisa pero en el fondo no tengo dueño.

Tengo que velar por mis intereses.

Repto sinuosamente sobre su jeans hasta llegar al cierre. Lo miro a los ojos mientras intento bajárselo pero antes de lograrlo, Él me toma con fuerza de los pelos y me lanza a la cama, boca arriba. No me gusta lo que va a hacer. Se quita la correa y me da uno, dos, tres, cuatro correazos. Al quinto empiezo a llorar haciendo que se detenga. Siempre funciona el viejo truco de las lágrimas. Ahora utiliza la correa para inmovilizarme en el respaldar de barras de la cama y abre mis piernas a más no poder, dejándome expuesta a Él.

–No te corras –ordena pellizcándome las piernas y entierra la cara entre mis muslos. Su boca succiona mi labio y luego lo mordisquea. Succiona y mordisquea, una y otra vez, un labio y luego el otro, sin detenerse, sin contemplaciones. Me retuerzo, gimo, lloriqueo. Aunque mi entrega hacia Él no es real, me es inevitable como ninfómana no disfrutar de tener su lengua atacando mi vagina. Muevo las caderas ondulante hacia su boca, como obligándolo a seguir comiéndome, pero me las agarra fuerte, al punto de sentir sus dedos marcarse en mis huesos, pero no aleja su boca de mí. Se levanta y, agarrando mis ancas anchas, me pone boca abajo, en cuatro. El apretón de mis muñecas me hace pensar en las marcas violáceas que me quedaran.

Espero que me penetre el coño como suele hacerlo y que me encanta, la mete duro y luego con suavidad, como cuidando de su “bebita” pero escucho el ruido de una botella chocando con otra.

- ¿Quieres un trago? –me pregunta. Se me hace raro que se ponga a beber en estos momentos –Responde. ¿Quieres?

-No mi Señor –pero conociéndolo, me dará de beber.

Sigo en la misma posición, con mi culo levantado en dirección a Él, con mi coño mojado y resbaladizo para que me la meta. Él abre la botella pero no hace el afán de acercárseme para darme de beber. Yo lo veo de reojo.

-Beberás linda. Vas a ver –dice colocando el pico de la botella a la altura de mi vagina –Vas a rogar para que te dé más –y mete la botella de un empujón hasta la parte gruesa.

Grito agudamente y me muerdo los labios. ¿Dolor? Sí. Él es sádico.

Abro los ojos y no hay nadie. Estaba soñando o alucinando, o tal vez sigo, ya no sé. Tengo en la mano la botella de ron cerrada, forzando a que mi vagina lo acoja más allá del cuello. Sudo mucho, todo pareció tan real, pero Él no está aquí.

Me siento en la cama y abro la botella. Hace demasiado calor y la sed me ahoga. Me bebo la mitad sin respirar y me levanto a duras penas. Beber sola tres botellas y media de ron para no atragantarme con el pollo a la brasa que quedó de ayer, quita la estabilidad a cualquiera. Apoyándome en la pared, arrastro mis pies y todos los kilos que me sobran hasta la refrigeradora que está al otro lado de este cuchitril.

La panza estriada me ruge pero el viejo refrigerador está más vacío que mi alma. Tengo ganas de una tajada de pizza. Bueno, de una pizza entera y otro litro de ron…

-No mi lolita, eso no es sano –escucho que alguien me dice desde la cama y mis ojos se voltean con fastidio. Reconozco esa voz de disque intelectual.  Me doy la vuelta y he ahí, sentado mi segundo Dominante, el auto demoninado Dominante –Ven hija mía, ven –dice abriéndome los brazos.

Respiro para mis adentros. A comparación del anterior, este hombre que me lleva más de 50 años y que podría ser mi tatara tatara abuelo, es muy dulce conmigo, a veces demasiado dulce… Pero, él sí me da todo lo que quiero.

-Ven con papi ternurita… -Claro, a cambio de que me deje “dominar”, a que me deje forrar a su gusto.

Doy dos pasos pero trastabillo, casi me voy al piso pero pude manejar los tacones altos. Me acomodo la tableada faldita escocesa, que se me pega a mi figura perfecta y me acomodo la blusa dentro de ella. Me cojo las dos colitas coquetamente y mirándolo empiezo a acercarme. Veo sus ojos babear por mis piernas, su lengua recorre sus labios y sé que imagina que saborea los míos, los de abajo, buscando ese pedacito de carne ya endurecido por sus caricias y mimos, duro ya por la sensación de ser tocado y duro porque tiene que estarlo. Debo engatusarlo, hay una actividad que quiero que me patrocine.

-Pero quiero pizza –le digo con voz de niña pequeña, sentándome en sus piernas. Él me acuna entre sus brazos y empieza a mecerme.

-No Coraline, no –me dice, alza mi rostro para mirarlo, acaricia mi frente con sutileza, luego mi nariz, luego mis labios y me mete el índice –Si comes así, te dará una indigestión y te dolerá tu barriguita –saca el dedo de mi boca y su mano entera recorre mi garganta, pasa por mis senos y se detiene en mi plano estómago – ¿Quieres que te duela tu barriguita?- pregunta sobándome.

-No quiero… ¡pero igual quiero pizza! –respondo haciendo un puchero. Él sonríe y su mano baja rápidamente hasta mi entrepierna, acariciando mi vagina, de arriba hacia abajo, esparciendo mis jugos entre mis muslos.

-Que golosa mi pequeña –empiezo a gemir –y que mojadita ya estás –me toco los senos por encima de la blusa. Él me levanta de sus piernas y me baja la tanguita –Ábrete la blusa –dice cuando me sube la falda y empieza a repartir besitos en mi pubis. Tiro la cabeza hacia atrás, a mas no poder, disfrutando la sensación. Me siento venerada cuando hace eso.

A ciegas desabotono la blusa y abro el gancho delantero del brassier. Amaso toscamente mis senos cuando el autodenominado Dominante saca su lengua cual víbora ponzoñosa y toca con la punta rápidamente el pequeño capuchón, primero con sutileza y luego a estocadas fijas.

¡Vibro toda!

Deja mi parte inferior y se concentra en mis pechos. Los succiona, los besa, los lame, su lengua recorre la aureola en un sentido y luego en el otro. Mis manos sujetan su cabeza, impidiendo que su boca deje de atormentarme, pero Él me sujeta las manos y me obliga a soltarlo.

- ¡No seas tosca Coraline! –Se pone de pie, jala una de mis colitas y me doblega para ponerme de rodillas frente a su entrepierna. Saca su miembro semierecto, viejo y arrugado, y lo pone frente a mi cara –Cómeme Cora, cómeme hijita –y empiezo a chupárselo, cual delicioso helado. Disfruto de metérmelo y sacármelo de la boca, una y otra vez, pasar mi lengüita por el tejido aterciopelado al paladar pero no me gusta que me ahogue.

Él se pone de pie sin liberarme. Quiero soltarme pero me tiene sujeta de las colitas con fuerza vehemente. Se me corta la respiración. La saliva se me escapa por la comisura de la boca, mis manos se apoyan y hacen fuerza contraria contra sus piernas.

¡No puedo respirar!

- ¡Oh sí! ¡Oh sí mi lolita! –Lo escucho a lo lejos. Está aumentando la velocidad, su viejo miembro no está erecto aún pero me está ahogando. Las arcadas están subiéndome por la garganta como acto reflejo y empiezo a lagrimear pero a pesar de ello, no se ha detenido. Logro mirarlo brevemente a la cara, tiene los ojos cerrados.

¡Se está dejando llevar sin preocuparse por mí este dizque Dominante!

No respiro, me siento flotar, mis brazos caen a cada lado de mi cuerpo. Estoy temblando, me ahogo pero me excita, y justo en el momento en el que voy a perder la conciencia, el aire entra con fuerza en mis pulmones haciendo que mi cuerpo se active. Abro los ojos y estoy de rodillas frente a la silla vieja del cuarto, vacía, sin nadie ocupando el espacio sobre ella. El disque Dominante e intelectual tampoco estaba aquí.

La falta de dulce. Eso debe ser. Necesito un chocolate para dejar de alucinar así. Sí, toneladas y toneladas de chocolate y otra botella de ron que esta está por acabarse.

Vuelvo a la cama a buscar dulces. Si, la cama, es que duermo con muchas golosinas por si me da hambre en la madrugada. Algunos solo son empaques, otros están sin abrir y la mayoría ha sido aplastado por mi cuerpo y mis rollos cuando me recuesto a dormir o cuando me folla…

-Hola mi amor –…mi enamorado.

Me abraza con fuerza y me mira con ternura, me besa la mejilla y acaricia mi cintura o donde estaba mi cintura. A él no le importa las apariencias, no le importa lo que bebo, de qué estoy hecha; no le importa mis gustos, no le importa lo que tomo o lo que me como, incluso pienso que no le importaría saber a quienes me como para cumplir con mis objetivos…

- ¿Me extrañaste?

-Sí –le respondo. Él es muy dulce. Mete la mano en su bolsillo y saca una barra de chocolate, la abre y me da de comer. Bocado por bocado, me mira y me sonríe. De los tres, es el menos “fuerte” pero mientras me la meta cuando yo quiera y me dé cariño, está bien para mí.

Termino el chocolate y me besa castamente, roza mis labios y baja a mi cuello. Me acaricia lentamente la espalda y yo quiero gritar de la desesperación para que me arranque la ropa y me la meta de una vez. Con desenfreno lo agarro del cuello y lo lanzo a la cama, le abro el pantalón y le saco su pene, flácido.

- ¡Wow! Coraline, tranquila… -lo miro y me lo meto a la boca, al mismo tiempo que uso mi mano para masturbarlo, de arriba abajo y con la otra apretarle los huevos.

¡Lo quiero duro ahora!


En un minuto lo tengo erecto, listo para metérmelo y cuando me pongo encima, con mi vagina chorreante y las caderas ansiosas por montarlo, abro los ojos. No hay nadie debajo de mí. En serio, tengo que dejar de beber o de tomar, de comer tanto… o quizás deba ingerir el doble. No lo sé aún.

Cojo una botella que está sobre la cama. Está llena pero no tiene etiqueta… bueno, es licor, igual entra. La abro y de un sorbo llego a la mitad. Respiro pero al parecer mi estómago está repleto, el licor no me entra y quiere regresar por donde vino. Corro al baño a pesar de lo mareada que me siento, me tiro al piso y meto mi cara al wáter y devuelvo el licor, chocolate, el pollo, el pastel de hace dos horas, la gaseosa de tres litros que me tomé en el desayuno, todo combinado con el jugo ácido de mi sistema y creo que en cualquier momento saldrá mi estómago con intestinos y todo por la boca.
-Miren a la putita –escucho la voz de mi Señor a mis espaldas. Me limpio la boca con el antebrazo, manchándolo de vómito, me siento en el piso y encaro a las tres personas que me observaban con… con…
¡Con asco…!
- ¿Qué hacen aquí los tres? –no puede… ¡No puede ser! Ellos no se conocen, ellos no se conocen… Ellos…
- ¿Qué no nos conocemos mi lolita? –el disque intelectual se ríe con ganas y lo siguen los demás – ¿Es en serio? No creo que seas tan estúpida… ¿O sí?
-Es estúpida –dice mi enamorado en su tono dulzón –La gordita cree que no nos hemos dado cuenta –Quiero levantarme pero no puedo. Me miro y veo mi cuerpo amorfo -Eres la única que quiso creer que no sabíamos a qué clase de mujer nos tirábamos –sonrío.

-No, sé que no se dieron cuenta –me río, porque es la verdad, no se dieron cuenta, no se dieron cuenta…

- ¿De qué tirabas con nosotros por interés? –pregunta mi Señor acercándose a mí. Jala mi cabello y me levanta un poco para acercarme a su cara –Claro que sí puta, claro que sí –se responde así mismo y empieza a arrastrarme. Grito, pataleo, intento sujetarme a algo; golpeo y araño su mano para que me suelte pero me tiene bien sujeta.

-Mi lolita, ¿acaso es que no te has dado cuenta? –Me dice el dizque intelectual cuando soy lanzada a la cama, golpeando mis rodillas con la tarima –Te usamos hasta que nos dé la gana.

- ¡Hasta yo! –dice el que pensé era el blandengue de los tres –Tarde o temprano me cansaré y me iré.

- ¡No es cierto! ¡NO ES CIERTO! ¡Yo soy quien los uso! ¡YO! –Les digo y río.

-Te quedarás sola –dice el viejo verde.

– ¡NO! A ti –le digo a mi Señor señalándolo con el dedo –Tengo protección, me mantienes y me consientes. A ti –señalo ahora al viejito –Contactos, me sirven –Y tú –le digo a mi enamoradito –Necesito a alguien que babee por mí. Nada más. ¡Ven! ¡Soy yo quien los utilizo! ¡YO! –ahora los tres son los que se ríen y se lanzan a mi garganta. El tercero, con una de sus manos, me palpa la vagina hasta encontrar el orificio.

-Entiende una cosa “pequeña” –dicen los tres con sarcasmo –Hay muchas mujeres en el mundo, hay muchas chicas que se entregan de verdad.

- ¡Yo soy única! –Siento en mi vagina un objeto frío, una botella. Uno de los tres la empuja. El dolor es inmenso, quiero gritar pero me aprietan el cuello con más fuerza.

-No eres la única en el mundo y nunca serás la única para nadie –Araño sus manos pero no me suelta, aprietan más. Lloro, la botella ha entrado la mitad. Duele mucho pero a ellos no les importa.

- ¿Debería de importarnos? –Responden los tres - ¿No dices que te gusta tener algo entre las piernas? ¡DISFRÚTALO! –y perdí la razón…

Abro los ojos… la habitación está a oscuras. La luna alumbra algunas partes a través de las rendijas de una ventana oxidada del cuartucho alquilado. No siento el dolor, no siento el placer, no siento nada. Miro a todos lados y veo un bulto en la cama. Me acerco lentamente y se me cortó la respiración.

Era yo… dormida…

Estoy boca abajo, con mi cara de costado, con los ojos en blanco; y una combinación de chocolate, grasa y crema de chantilly sale de mi boca. La cama está húmeda, el olor a ron barato flota en el aire junto al humo de los cigarros que he fumado todo el día. Estoy boca abajo, en cuatro, con mi vagina, abierta y chorreante, penetrada por una botella de vidrio transparente, siendo aún empujada levemente con mi mano. Igual con mi culo, al aire y muy abierto por una botella de cristal verde oscuro sujetada por mi otra mano, y que oculta el rojo de la sangre que mana de mi ano.

-Coraline, despierta… -me susurro al oíd
o pero sorprendentemente mi cuerpo no reacciona como pensaba: Despertar asustada y gritando. No. Murmuro algo ininteligible y mis manos empiezan a empujar la botella para seguir metiéndolas.

¿Yo sola me hice esto?...

- ¡Estoy loca! –grito jalándome las greñas con desesperación. Ellos tenían razón… Este es mi final…  Así terminaré…

No soy única…


Yukari Taslim