La Chica de la Esquina

La puerta de la casa se abrió como cada viernes a la misma hora, a la una de la mañana.  Ella salió con su abrigo negro que la cubría entera contra el frio de la estación. Hermosa, con su cabello sujetado en una cola al lado derecho de su cabeza, maquillaje perfecto, sus ojos negros enmarcados en un cat eye que resaltaba el brillo de su mirada. Desde la ventana de mi segundo piso, escondido detrás de las cortinas, la contemplaba ansioso con unos binoculares para ver lo que sucedería a continuación. Nunca hemos cruzado palabra pero debía reconocer que me tenía encandilado. Era la cuarta vez que ella salía a recibir lo suyo. Mi mano estaba metida dentro de mis pantalones, acariciando lentamente mi miembro duro. No quería correrme antes que ella.

Se paró en la esquina y se abrió el abrigo, haciendo que cayera lentamente sobre sus hombros, como si besara su piel en el trayecto hacia el piso. Cada viernes lucía uno de sus vestiditos, un babydoll diferente. Hoy era uno negro que rozaba sus gruesos muslos, transparencia que flotaba sobre su vientre y con unas copas que combinaba el negro base con una tribales turquesas, colores que combinaban perfectamente con su piel trigueña. Y zapatos negros de cuñas altísimas. Pero esta vez había algo diferente. Tenía muñequeras y tobilleras que, si no se equivocaba, eran de cuero y tenían unas argollas de acero en cada una. Raro pero no pude conjeturar. El Yaris negro llegó puntual.

Estacionó y bajó el mismo hombre de terno plomo como todos los viernes. ¿Eran cuerdas lo que tiene en las manos? Ella sonrió al verlo y sus manos volaron a su espalda. Su mirada coqueta y el vaivén de su cuerpo nos conquistó a los dos. Él le dijo algo y la sonrisa de ella se ensanchó al mismo tiempo que una de sus manos viajaba hacia su vientre y lo movía en círculos. Se estaba masturbando para Él. Sus labios pintados de rojo se entreabrieron y sus ojos no se despegaban de los del hombre. Un momento después le bajó las copas dejando sus senos al aire, los rozó pero, a diferencias de otros viernes, retorció sus pezones, haciendo que el rostro de ella se contrajera. Le debía doler, pero en lugar de indignarme, me gustaba ver sus rostro, su mueca de dolor pero con la mirada en sus ojos que pedía que se los retorciera más. Mi mano empezaba a subir la velocidad sobre mi polla.


Momentos después la soltó. Él volvió a indicarle algo y ella puso sus manos delante de Él, quien pasó por las argollas de las muñequeras la cuerda que tenía en el bolsillo, atándolas. Ella no despegaba sus ojos de Él. Mi respiración estaba yendo más rápida pero a ese hombre parecía que no se le movía ni el pelo.

La puso de rodillas y le acarició la cabeza con una mano, y con la otra conducía sus pene erecto a su boca. Ella se lo comía con ganas, como con hambre, sin nunca despegar los ojos de Él. Mi mano empezaba a moverse con vehemencia sobre mí. Me mordí los labios para calmarme, aun no debía correrme. El hombre le sujetó la cola de caballo para forzarse a hundirse más profundo en su boca, y ella aceptaba gustosa. Ella estaba enloqueciéndome sin saberlo. Momento después, sujetándola del cabello, la puso de pie y de espaldas a Él, sus manos juntas se apoyaron en la pared, separó sus piernas y la mano del hombre se perdió en la unión de sus muslos. Le estaba acariciando la vagina y ahí pude ver como se mordía los labios por ella. Yo en su lugar creo que me habría corrido ya. Ella abría la boca, gemía, no la oía pero imaginaba su voz. Cerré los ojos un instante, creyendo ser yo quien estaba detrás de ella, viendo su espalda, acariciando sus muslos, mordiendo su piel. Tuve que sacar la mano para no correrme sin antes terminar de ver la escena en esa esquina de la calle. Cuando abrí los ojos, ella estaba doblada en dos.

Sus muñecas estaban a la altura de sus tobillos que seguían separados, formando un triángulo cuyos lados eran las cuerdas que las unían. El vuelo del babydoll estaba remangado sobre su espalda, dejando al descubierto su culo. Ella había salido sin su tanga negra que Él siempre le quitaba. Entraba y salía de su coño con fuerza. Los senos de ella saltaban e increíblemente sus rodillas no se doblaban. No debía ser una posición cómoda para ella. Él salió de ella y, sin soltar sus caderas, entró sin miramientos por otro lado. Acababa de romperle el culo sin piedad, pero el grito que ella soltó fue el canto más hermoso que he podido escuchar. Entraba una y otra vez y ella gritaba y lloriqueaba pidiendo más. Su voz ya se debía oír a diez manzanas a la redonda. Mi mano regresó a mi polla, yo estaba al límite. Los gritos de ella, su piel, verla así amarrada, vulnerable, con esa violencia sobre ella. No pude más y me corrí en la mano, fuerte y espeso. Él se movió más rápido sobre ella y abrió fuerte la boca cuando se corrió dentro de ella. En ese instante ella gimió muy fuerte, su alarido se escuchó fuerte y claro hasta mi casa: “¡mi Señor!” Esas palabras movieron algo en mí.

Él salió de ella y con una mano se acomodó sus ropas, con la otra trataba de mantenerla a ella de pie, quien se apoyaba de la pared para no caer al piso. Fui al baño a lavarme rápidamente, sabía cómo terminaría este encuentro, igual que las tres veces anteriores, pero quería ver la despedida. Cuando regresé, ella ya no estaba amarrada, Él le acomodaba el babydoll, recogió el abrió y se lo puso. Ella lo miraba embelesada, sonriéndole. Él rozó sus labios con su pulgar y ella parecía suspirar. El hombre la atrajo a Él y la besó, seguro invadía su boca, con una mano aferrándola de su cabeza y la otra la sujetaba de la cintura. Ella rodeó su cuello con sus brazos. Sus besos eran intensos. Sus besos me prendían. Cuando se terminó el beso Él la contempló por un momento más. Luego la soltó, subió a su auto y se fue. Ella vio el carro desaparecer unas esquinas más adelante, cruzó la pista y se metió en su casa. El espectáculo de ese viernes había terminado.

Estaba dirigiéndome al baño a darme una ducha muy fría. Los besos que se daban siempre me ponía pero una llamada al fijo me detuvo:

- ¿Si?

- ¿Te gustó lo que acabas de ver? Me pregunto si alucinas en tomar el lugar de mi Señor… ¿O tal vez quisieras tomar mi lugar?...

Yukari Taslim

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