De a Tres

La habitación estaba en penumbras y yo desnuda, con mis manos unidas a mi espalda, de pie y emocionada delante de mi Señor y al lado de Candace, mi nueva amiga, una mujer de suave piel canela, de cuerpo hermoso, senos duros como piedras, rostro fino y cortos cabellos oscuros que le tapaban los ojos. Una buena mujer, una dulce sumisa.

Estaba expectante y excitada por los látigos que nos mostraba a detalle, un poco temerosa por el grueso cinturón, curiosa por la máscara y emocionada por el collar. La piel me picaba y aun no me había tocado el cuero pero cuando nos latigueó suavemente, mi cuerpo reaccionó, comenzó a encenderse. Quería sentirlo más fuerte en mis brazos, en mi espalda, en mis piernas, en mis nalgas; ver rojo, morado y verde cada parte de mí, pero Él se detuvo.

Me colocó la máscara y tranquilicé mi respiración. El sonido asfixiante que retumbaba en mis oídos empezó a disminuir poco a poco, respirando por la nariz y botando el aire por la boca. Tenía que controlar mis nervios. Vamos, podía hacerlo, no me dejaría vencer por mi claustrofobia esa noche. Al collar que le puso a Candace y a la máscara que me prestó unió cadenas y, como sus perras que somos, nos sacó a pasear por el pasillo del hotel. No importaba el frío y sucio piso, gateábamos contentas, balanceando las caderas, un brazo delante y luego el otro, los antebrazos rozando nuestros senos y nuestros ojos pegados a Él, quien jalaba con seguridad innata las cadenas. Un corto pero inolvidable primer paseo fuera de una habitación para mí. Cuando regresamos, le quitó el collar a ella y a mí la máscara. Respiré hondamente y emocionada miraba de reojo los látigos y la correa que estaban en la cama.

Me puso bruscamente de cara contra el espejo, la frente pegada y con los brazos arriba, escuchando como acomodaba a Candace, no estaba segura en que forma o donde, pero no pude preocuparme más por ella pues el látigo aterrizó sin aviso contra mi cuerpo y luego sobre Candace. Repitió la acción con el cinturón y luego su mano aterrizó con fuerza sobre cada una de mis nalgas que ya imaginaba rojizas. Tocó mi vagina y me descubrió deliciosamente mojada.

Nos mandó al piso otra vez y a cuatro patas cada una besaba sus pies. Me encanta mordisquearlo, lamer dedo por dedo, besarlos. Extrañaba la sensación de estar a sus pies literalmente. De los pelos nos levantó a chuparle la pinga. Primero Candace y mientras la veíamos, besaba su mejilla. Iba a mordisquear su oreja cuando, de los pelos, me puso de rodillas a chupársela mientras me miraba junto a mi amiga. Después nos puso a comérsela a las dos bocas y, con sus manos en nuestras cabezas, nos juntos y surgió el beso entre las dos. Cerré los ojos y simplemente me desconecté, me dejé llevar por el momento.

La besé despacio primero, agarrando su rostro para que no se vaya. Para ella era la primera experiencia con una mujer. Los segundos pasaban y volví el beso más intenso, mordisqueando sus labios, introduciendo a la fuerza mi lengua en su boca mientras Candace luchaba contra ella misma ¿Me respondía el beso o escapaba?... Antes de que ella pudiera decidir, mi Señor encendió la luz; la separó, la lanzó a la cama, la abrió de piernas y me invitó a comer.

Conocí sus muslos cremosos, sus labios gruesos, su ya duro clítoris y su mojada cavidad. La lamí, la mordí con fuerza haciéndola gritar, la penetré con la lengua mientras ella gemía, aullaba, retorciéndose sobre la cama mientras mis manos se aferraban a sus caderas, hundiéndole mis uñas. Primera vez que me comía a una mujer, siempre las tocaba pero un oral no, aunque no estaba sorprendida de mí. Era algo que moría experimentar. Me dominó el deseo por complacer a mi Señor, lo sentía mirándonos, me dejé llevar por la puta sumisa lujuriosa en mí y el hecho de que la experiencia ayudaría a Candace a destruir muchos muros en ella.

Se escapaba de mi boca mientras yo la acorralaba más y más en la cama. Cuando se alejaba, con fuerza vehemente la sujetaba de las caderas y la atraía a mi boca otra vez, con la fiera necesidad de sentir en mi lengua el sabor salado y casi viscoso de sus fluidos que chorreaban de su vagina. La sentía luchar por escapar y entregarse al mismo tiempo. Mis manos reptaron hacia arriba, apretaron su cintura hasta llegar a sus senos. Sus respingados pezones los pellizqué, los retorcí al mismo tiempo que mordía sus exquisitos labios, llegando a mis oídos sus gritos, incitándome a morder y retorcer con más fuerza.  No sé cuánto tiempo pasó cuando mi Señor me jaló del pelo con brusquedad para alejarme de Candace, quien se quedó quieta con la respiración entrecortada.

Me lanzó a la cama, mi rostro cerca a los pies de ella, acomodando con tosquedad mis piernas entre las suyas de tal manera que mi concha y la suya se encontraron. Me abracé a sus piernas y empecé a moverme con desespero. Mi vagina chorreaba, mi humedad y la suya se mezclaban con cada uno de nuestros movimientos, mis labios y los suyos se restregaban con rapidez produciendo que gimamos casi al unísono. Esa pose jamás la había hecho. Mi Señor nos grababa, recorría nuestros cuerpos lentamente, como acariciándonos con la lente del celular, con los ojos llenos de lujuria, arrecho por lo que contemplaba y por ratos nos hacía chuparle la pinga al mismo tiempo que seguíamos con el beso de nuestras conchas aún más húmedas.

Amo tener la boca llena con el miembro de mi Señor. Amo tener su pinga en cualquiera de mis orificios que quiera penetrar con fuerza y sin piedad. Mi Señor dejó su celular y se unió a nosotras.

Hambrienta, como siempre, quería tenerlo en la boca otra vez pero me puso encima de él mientras me veía recostado junto a Candace. Cerré los ojos disfrutando de la sensación de meterlo por mi vagina y empecé a moverme rápido. Mis pezones anhelaban el dolor que me produjeron sus uñas en un encuentro anterior, que tomé su mano y la puse sobre mi seno, y antes que Él reaccionara sonreí. No debi hacer eso y una bofetada me la recordaría hasta ahora, aunque mi mejilla anhela sentir un plama con fuerza otra vez.

Mi amiga se acercó a Él y lo besó; y yo, aprovechando que estaba recostada sobre Él y con el culo al aire, introduje dos dedos en su vagina sin aviso y lo movía en forma circular. Otra vez sin informar, introduje un dedo más que sacaba una y otra vez aumentando la velocidad con cada embestida. No había metido una mano entera en una vagina antes, ni siquiera en la mía, pero mis instintos me gritaban que metiera mis otros dos dedos, y que mi mano en puño golpee con fuerza en su interior.

Metí mi mano entera, haciéndola retorcerse, haciendo que gritara… ¿de placer o dolor? No sé, pero quería que gritara más y por la sonrisa de mi Señor, también estaba de acuerdo. Candace gritaba tratando de gatear lejos de mi para liberarse de mi mano, pero con la otra, aplasté su delgado cuerpo contra el torso macizo de mi Señor con la intención de que no se moviera y obligar a que su vagina se comiera mi brazo entero, sin dejar de moverme de arriba abajo, comiéndome pene. Estaba tan cegada por el momento, por la lujuria, por el cuerpo de mi Señor, de Candace, el mío, por la noche de mi primer trío que me corrí abundantemente sin poder evitarlo.

Me recosté junto a mi Señor mientras mi amiga limpiaba efusivamente con la lengua los fluidos que dejé sobre las piernas y la pinga de Él, para luego montarlo con mucha rapidez, gimiendo y mirándolo lujuriosamente y con una gran sonrisa. Oh si, Candace estaba divirtiéndose mucho. Ella laboriosamente se movía una y otra vez buscando satisfacer a mi Señor, hasta que Él la bajó y me jaló de mis tobillos para abrirme de piernas y posicionarse con autoridad entre ellas para penetrarme sin preámbulos. Él miraba solo a Candace mientras se movía dentro de mí hasta que se acercó a besarla. Yo cerré los ojos, disfrutando de ser usada por Él.

“¿Quieres ver algo realmente mal?” escuché que le preguntó a mi amiga. Se abrieron mis ojos de golpe y una sonrisa se dibujó en mi rostro como anticipación a lo que se venía. Recordando sus palabras en un mensaje de semanas atrás, iba a patalear, nunca debía dejar de pelear.

Aparentando desgano gemí en contra, recibiendo un gruñido como respuesta y después otra bofetada al voltear de mala gana para quedarme boca abajo. Sus gruesos brazos se acomodaron a cada lado de mi cabeza, haciendo que mi cuerpo reaccione y empiece a alejarse pero me aplastó un poco con su cuerpo, posicionó su pene en mi ano y me penetró por el culo sin piedad como le gusta hacerlo, como amo que lo haga. Grité “¡No!” y quise alejarme de Él pero apretó mi cabeza contra la almohada, cortando a ratos mi respiración. Seguí moviéndome tratando de zafarme pero me penetró más profundo y más rápido. Mi cuerpo ya no quiso luchar más y empecé a moverme contra Él, sujetándome de sus brazos posicionados otra vez a cada lado de mi cabeza, buscando mayor contacto, buscando mayor dolor, buscando mayor placer.

“¿Quieres toda mi leche perra? ¿La quieres?”  Me encanta que me haga esa pregunta, que me hable sucio. Empezó a moverse con mayor rapidez y grité “¡Sí quiero mi Señor, sí!”  y se vino dentro de mí en un gruñido ronco. Me gusta ese sonido. Me encanta que me posea de esa forma.

Salió de mí y se fue al baño, seguido de Candace quien le pasaría una toalla. Yo trataba de calmar mi respiración, de volver a respirar con normalidad, de sentir cuando adolorido estaba cada parte de mi cuerpo. Fui al baño una vez que mi Señor estaba seco y acostado; y el espejo me mostraba los rojos, verdes y morados que demostraban que había servido a mi Señor esa noche.

Una vez ya bañados, nos acostamos desnudos en la cama: mi Señor abrazando a Candace y yo abrazando su espalda, cayendo en un delicioso sueño, soñando que tal vez podamos complacerlo otra vez al despertar…

Yukari Taslim

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