La habitación estaba en penumbras y yo desnuda, con mis manos unidas a
mi espalda, de pie y emocionada delante de mi Señor y al lado de Candace, mi
nueva amiga, una mujer de suave piel canela, de cuerpo hermoso, senos duros
como piedras, rostro fino y cortos cabellos oscuros que le tapaban los ojos.
Una buena mujer, una dulce sumisa.
Estaba expectante y excitada por los látigos que nos mostraba a detalle,
un poco temerosa por el grueso cinturón, curiosa por la máscara y emocionada
por el collar. La piel me picaba y aun no me había tocado el cuero pero cuando
nos latigueó suavemente, mi cuerpo reaccionó, comenzó a encenderse. Quería
sentirlo más fuerte en mis brazos, en mi espalda, en mis piernas, en mis
nalgas; ver rojo, morado y verde cada parte de mí, pero Él se detuvo.
Me colocó la máscara y tranquilicé mi respiración. El sonido asfixiante
que retumbaba en mis oídos empezó a disminuir poco a poco, respirando por la
nariz y botando el aire por la boca. Tenía que controlar mis nervios. Vamos,
podía hacerlo, no me dejaría vencer por mi claustrofobia esa noche. Al collar
que le puso a Candace y a la máscara que me prestó unió cadenas y, como sus
perras que somos, nos sacó a pasear por el pasillo del hotel. No importaba el
frío y sucio piso, gateábamos contentas, balanceando las caderas, un brazo
delante y luego el otro, los antebrazos rozando nuestros senos y nuestros ojos
pegados a Él, quien jalaba con seguridad innata las cadenas. Un corto pero
inolvidable primer paseo fuera de una habitación para mí. Cuando regresamos, le
quitó el collar a ella y a mí la máscara. Respiré hondamente y emocionada miraba
de reojo los látigos y la correa que estaban en la cama.
Me puso bruscamente de cara contra el espejo, la frente pegada y con los
brazos arriba, escuchando como acomodaba a Candace, no estaba segura en que
forma o donde, pero no pude preocuparme más por ella pues el látigo aterrizó
sin aviso contra mi cuerpo y luego sobre Candace. Repitió la acción con el
cinturón y luego su mano aterrizó con fuerza sobre cada una de mis nalgas que
ya imaginaba rojizas. Tocó mi vagina y me descubrió deliciosamente mojada.
Nos mandó al piso otra vez y a cuatro patas cada una besaba sus pies. Me
encanta mordisquearlo, lamer dedo por dedo, besarlos. Extrañaba la sensación de
estar a sus pies literalmente. De los pelos nos levantó a chuparle la pinga.
Primero Candace y mientras la veíamos, besaba su mejilla. Iba a mordisquear su
oreja cuando, de los pelos, me puso de rodillas a chupársela mientras me miraba
junto a mi amiga. Después nos puso a comérsela a las dos bocas y, con sus manos
en nuestras cabezas, nos juntos y surgió el beso entre las dos. Cerré los ojos
y simplemente me desconecté, me dejé llevar por el momento.
La besé despacio primero, agarrando su rostro para que no se vaya. Para ella
era la primera experiencia con una mujer. Los segundos pasaban y volví el beso
más intenso, mordisqueando sus labios, introduciendo a la fuerza mi lengua en
su boca mientras Candace luchaba contra ella misma ¿Me respondía el beso o
escapaba?... Antes de que ella pudiera decidir, mi Señor encendió la luz; la separó,
la lanzó a la cama, la abrió de piernas y me invitó a comer.
Conocí sus muslos cremosos, sus labios gruesos, su ya duro clítoris y su
mojada cavidad. La lamí, la mordí con fuerza haciéndola gritar, la penetré con
la lengua mientras ella gemía, aullaba, retorciéndose sobre la cama mientras
mis manos se aferraban a sus caderas, hundiéndole mis uñas. Primera vez que me
comía a una mujer, siempre las tocaba pero un oral no, aunque no estaba
sorprendida de mí. Era algo que moría experimentar. Me dominó el deseo por
complacer a mi Señor, lo sentía mirándonos, me dejé llevar por la puta sumisa
lujuriosa en mí y el hecho de que la experiencia ayudaría a Candace a destruir
muchos muros en ella.
Se escapaba de mi boca mientras yo la acorralaba más y más en la cama. Cuando
se alejaba, con fuerza vehemente la sujetaba de las caderas y la atraía a mi
boca otra vez, con la fiera necesidad de sentir en mi lengua el sabor salado y
casi viscoso de sus fluidos que chorreaban de su vagina. La sentía luchar por
escapar y entregarse al mismo tiempo. Mis manos reptaron hacia arriba,
apretaron su cintura hasta llegar a sus senos. Sus respingados pezones los
pellizqué, los retorcí al mismo tiempo que mordía sus exquisitos labios,
llegando a mis oídos sus gritos, incitándome a morder y retorcer con más fuerza. No sé cuánto tiempo pasó cuando mi Señor me
jaló del pelo con brusquedad para alejarme de Candace, quien se quedó quieta con
la respiración entrecortada.
Me lanzó a la cama, mi rostro cerca a los pies de ella, acomodando con
tosquedad mis piernas entre las suyas de tal manera que mi concha y la suya se
encontraron. Me abracé a sus piernas y empecé a moverme con desespero. Mi vagina
chorreaba, mi humedad y la suya se mezclaban con cada uno de nuestros
movimientos, mis labios y los suyos se restregaban con rapidez produciendo que
gimamos casi al unísono. Esa pose jamás la había hecho. Mi Señor nos grababa,
recorría nuestros cuerpos lentamente, como acariciándonos con la lente del
celular, con los ojos llenos de lujuria, arrecho por lo que contemplaba y por
ratos nos hacía chuparle la pinga al mismo tiempo que seguíamos con el beso de
nuestras conchas aún más húmedas.
Amo tener la boca llena con el miembro de mi Señor. Amo tener su pinga
en cualquiera de mis orificios que quiera penetrar con fuerza y sin piedad. Mi
Señor dejó su celular y se unió a nosotras.
Hambrienta, como siempre, quería tenerlo en la boca otra vez pero me puso
encima de él mientras me veía recostado junto a Candace. Cerré los ojos
disfrutando de la sensación de meterlo por mi vagina y empecé a moverme rápido.
Mis pezones anhelaban el dolor que me produjeron sus uñas en un encuentro
anterior, que tomé su mano y la puse sobre mi seno, y antes que Él reaccionara
sonreí. No debi hacer eso y una bofetada me la recordaría hasta ahora, aunque
mi mejilla anhela sentir un plama con fuerza otra vez.
Mi amiga se acercó a Él y lo besó; y yo, aprovechando que estaba recostada
sobre Él y con el culo al aire, introduje dos dedos en su vagina sin aviso y lo
movía en forma circular. Otra vez sin informar, introduje un dedo más que
sacaba una y otra vez aumentando la velocidad con cada embestida. No había
metido una mano entera en una vagina antes, ni siquiera en la mía, pero mis
instintos me gritaban que metiera mis otros dos dedos, y que mi mano en puño
golpee con fuerza en su interior.
Metí mi mano entera, haciéndola retorcerse,
haciendo que gritara… ¿de placer o dolor? No sé, pero quería que gritara más y
por la sonrisa de mi Señor, también estaba de acuerdo. Candace gritaba tratando
de gatear lejos de mi para liberarse de mi mano, pero con la otra, aplasté su
delgado cuerpo contra el torso macizo de mi Señor con la intención de que no se
moviera y obligar a que su vagina se comiera mi brazo entero, sin dejar de
moverme de arriba abajo, comiéndome pene. Estaba tan cegada por el momento, por
la lujuria, por el cuerpo de mi Señor, de Candace, el mío, por la noche de mi
primer trío que me corrí abundantemente sin poder evitarlo.
Me recosté junto a mi Señor mientras mi amiga limpiaba efusivamente con
la lengua los fluidos que dejé sobre las piernas y la pinga de Él, para luego
montarlo con mucha rapidez, gimiendo y mirándolo lujuriosamente y con una gran
sonrisa. Oh si, Candace estaba divirtiéndose mucho. Ella laboriosamente se
movía una y otra vez buscando satisfacer a mi Señor, hasta que Él la bajó y me
jaló de mis tobillos para abrirme de piernas y posicionarse con autoridad entre
ellas para penetrarme sin preámbulos. Él miraba solo a Candace mientras se
movía dentro de mí hasta que se acercó a besarla. Yo cerré los ojos,
disfrutando de ser usada por Él.
“¿Quieres ver algo realmente
mal?” escuché que le preguntó
a mi amiga. Se abrieron mis ojos de golpe y una sonrisa se dibujó en mi rostro
como anticipación a lo que se venía. Recordando sus palabras en un mensaje de
semanas atrás, iba a patalear, nunca debía dejar de pelear.
Aparentando desgano gemí en contra, recibiendo un gruñido como respuesta
y después otra bofetada al voltear de mala gana para quedarme boca abajo. Sus
gruesos brazos se acomodaron a cada lado de mi cabeza, haciendo que mi cuerpo
reaccione y empiece a alejarse pero me aplastó un poco con su cuerpo, posicionó
su pene en mi ano y me penetró por el culo sin piedad como le gusta hacerlo,
como amo que lo haga. Grité “¡No!” y
quise alejarme de Él pero apretó mi cabeza contra la almohada, cortando a ratos
mi respiración. Seguí moviéndome tratando de zafarme pero me penetró más
profundo y más rápido. Mi cuerpo ya no quiso luchar más y empecé a moverme
contra Él, sujetándome de sus brazos posicionados otra vez a cada lado de mi
cabeza, buscando mayor contacto, buscando mayor dolor, buscando mayor placer.
“¿Quieres toda mi leche perra?
¿La quieres?” Me encanta que me haga esa pregunta, que me
hable sucio. Empezó a moverse con mayor rapidez y grité “¡Sí quiero mi Señor, sí!” y
se vino dentro de mí en un gruñido ronco. Me gusta ese sonido. Me encanta que
me posea de esa forma.
Salió de mí y se fue al baño, seguido de Candace quien le pasaría una
toalla. Yo trataba de calmar mi respiración, de volver a respirar con
normalidad, de sentir cuando adolorido estaba cada parte de mi cuerpo. Fui al
baño una vez que mi Señor estaba seco y acostado; y el espejo me mostraba los
rojos, verdes y morados que demostraban que había servido a mi Señor esa noche.
Una vez ya bañados, nos acostamos desnudos en la
cama: mi Señor abrazando a Candace y yo abrazando su espalda, cayendo en un delicioso
sueño, soñando que tal vez podamos complacerlo otra vez al despertar…
Yukari Taslim
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