¿Secuestrada?

¿Qué tan jodida puede estar una persona? ¿Qué tan retorcida puede ser una sin saberlo?
¿O todo lo que ahora siento es lo normal?
¿Acaso lo que llamamos “normal” es lo retorcido…?

¿Dos o tres?
¿Cuatro o cinco?
¿Diez o quince?
¿Minutos u horas?
¿Días…? Semanas tal vez…

No siento la diferencia, no sé si es de día o de noche, si debí marcar ya mi entrada en el trabajo, si ya es hora de almorzar o si ya es salida. Tal vez es domingo cuando no salgo de casa. No sé si estas ansias son de hambre o por la anticipación de lo que puede sucederme en cualquier momento. No sé nada en estos momentos, NADA… casi nada...

Solo sé una cosa en concreto: No soy la misma de antes.

Era de noche cuando todo inició, me quedé horas extras en el trabajo. Estaba ordenando mis cosas para irme a casa, las guardaba en mi cartera cuando escuché un ruido. Pensé que era el viento golpeando la ventana, no le presté atención. Volví a oír un ruido y cuando volteé, Él estaba detrás de mí, con su sonrisa ladina de dientes sangrantes y chuecos, sus afilados picos entrelazados entre sí, asquerosos y amarillentos, casi rozándome la nariz. Me miraba desde arriba pues es más alto que yo. Del susto no pude analizarlo más y mi cuerpo reaccionó, lo empujé y eché a correr por toda la oficina, con el corazón por reventar oprimido por el miedo. Grité fuerte, esperando que el guardia de la oficina me escuche pero no lo hizo. Tiré un par de sillas y dos monitores para que Él se tropezara y así poder escapar, pero mi pie se enganchó con un cable y caí. Él me alcanzó rápidamente y de los pelos de levantó para lanzarme de espaldas contra la pared. No tuve tiempo de decir algo, mucho menos de gritar, su gancho izquierdo directamente a la boca del estómago me sacó el aire. Me desmayé y desperté desorientada aquí.

Pensé que estaba en una pesadilla. El lugar es espeluznante, oscuro y sucio. Solo hay un foco en medio del cuarto que pareciera haber sido antes un taller automotriz por la grasa en las paredes y pisos. Las ventanas, que me serían imposibles de alcanzar, están cubiertas por bolsas negras y cartón, impidiéndome calcular el tiempo. En una esquina hay una ducha y un inodoro a la vista que, contrariamente al lugar, están pulcros. Hay una cama con un armazón de barrotes removibles por los cuatros lados y en el techo. La cama puede terminar siendo una jaula muy grande. Tiene un colchón con sábanas blancas y limpias. Hay una mesa antigua y tallada de madera pero bien cuidada pegada a una pared. Cuando la vi por primera vez, me puse a llorar. Algunos de esos instrumentos sobre ella, impolutos también, eran raras reliquias que solo había visto en una visita guiada al museo de la Santa Inquisición, en la sala de tortura…


No sé cuántos días he estado aquí. Cuando abrí los ojos estaba tirada en el piso, amordazada con cintas de embalaje, mis manos atadas a mis tobillos con el mismo material, apretadas, molestándome la piel. Empecé a llorar, a gemir, a retorcerme como endemoniada en el piso. Estaba aterrada y peor aumentó cuando, no sé de donde, apareció Él con aquella máscara puesta, me miró por un momento antes de arrodillarse y empezar a ahorcarme a dos manos. El aire se me escapaba de los pulmones y las lágrimas me hacían ver borroso, pero se me quedó grabado sus colmillos entrelazados, los ojos oscuros y huecos que me observaban mientras boqueaba con desesperación por aire, la piel porosa de la máscara. Me desmayé. Cuando volví a despertar, estaba ahora acostada en la cama, atada y amordazada, y Él estaba sentado a mi lado, mirándome fijamente detrás de esa máscara que me erizaba de miedo la piel. Empecé a moverme, a patalear para soltarme. Lo empujaba para que se cayera, lo golpeaba… ¡Era un maldito inhumano al tenerme así!

¿Por qué? ¡¿Qué le hice?!

La puerta suena distrayéndome de mis recuerdos. Él ha llegado. Junto las piernas, el cuerpo me tiembla y mi respiración se hace más rápida, pesada. Mis brazos adormecidos se empiezan a sacudir. Estoy colgada en medio de la habitación, desnuda. Tirito pero no es de frío, es… emoción. El clítoris se me endurece. Lo miro entrar y mi mente vuelve rápidamente al día que volví a despertar. Inesperadamente se sentó a horcadas sobre mí, me quitó de un tirón la cinta de mi boca y me metió una señora bofetada, tan fuerte como para voltear mi rostro, para remecer mi cerebro y que todo me dé vueltas. Ese golpe me estremeció de pies a cabeza, un cosquilleo de insano gusto me recorrió entera, asustándome mal. Me gustó ser golpeada y quería pedirle otra bofetada, pero ¿Por qué?...

Me observó por unos minutos, midiendo mi reacción, esperando a que gritara de nuevo pero no lo hice. Él me dio otra bofetada para ver si reaccionaba, y luego otra, y otra y otra pero no grité. Lo miré sorprendida, mas por mi reacción que por Él. Con cada bofetada, mi cuerpo empezó a encenderse hasta que llegué a gemir.

– Buenos días tengas hoy mi Señor –mi cabeza permanece agachada al pronunciar el saludo fuerte y claro. Él me enseñó a saludar así a látigo en mano una vez. Siento que me mira, debe estar sorprendido por como lo estoy esperando.

–Hola –me dice acercándose al enganche de la cadena y la suelta lentamente. Mis brazos caen, el dolor en mis hombros me gusta. Se acerca a mí, me suelta la cadena de las muñequeras de cuero y engancha una cadena más pequeña al collar de cuero puesta en mi cuello.

- ¡Al piso perra! –la primera vez que me dio esta orden, me quedé estática, no sabía qué hacer. Como no obedecí, me tiró un puntapié en el muslo, dolió, me dejó un moretón, el primero de muchos que ya tengo. Caí al piso y jaló de la cadena, paseándome en cuatro patas por toda la habitación. Luego me metió a la ducha, y me orinó. Me bañó entera en sus orines, me los dio de beber y yo… ¡yo quería más! Luego me bañó con agua helada y me dio de comer en el piso.

Camino a cuatro patas detrás suyo. Él jala la cadena hasta el banco de un metro de largo y menos de medio metro de ancho. Mi cabeza se estrella en el piso cuando el peso de su pie cae sobre ella. Mi mano derecha coge mi muñeca izquierda detrás de mi espalda. Espero a que decida que hará conmigo. Cierro los ojos y escucho su andar, el remover de algunas cosas de la mesa y su regreso. De los pelos me levanta y con tosquedad me sienta sobre la banca. Su mano aprieta fuerte mi garganta y me recuesta completamente, dejando una pierna a cada lado de la banca y mi cabeza colgando fuera de la banca, me ata las muñecas por debajo y con otra cuerda, sujeta mi torso al mueble, apretándome fuerte por debajo de mis senos. Ata cada tobillo a la banca, dejando mi vagina abierta para Él, vagina que ya tomó en muchas ocasiones, de muchas formas y con objetos que jamás pensé podrían meterme. Pasa su dedo por ella, haciéndome temblar, y luego me lo mete a la boca para limpiarlo. Lo lamo, mirando a sus oscuros ojos de rato en rato. Escucho que se aleja hacia la mesa y al regresar, me enseña un pepino. No creo que me lo haga comer.

-Abre la boca –exige – ¡Más! –y me mete la verdura, no muy gruesa pero si muy duro. Lo mete y lo saca por un rato hasta que me jala el cabello para tirar mi cabeza hacia atrás y me quita el pepinito. No quiere que vea lo que hará a continuación.

Ata el pepino a la banca, apretándolo contra mi concha. ¿Piensa meterme eso?... No lo creo, ¿oh si? Y la excitación empieza a encenderme. ¿Estoy deseosa de que me lo meta?... ¡Puta madre! Estoy deseosa de que me lo meta. Escucho su andar de aquí para allá, como toma algunas cosas de la mesa y como arrastra objetos de metal. Me estaba relajando cuando un grito huye desde lo profundo en mí y mi cuerpo quiere escapar de la banca al reaccionar ante el dolor inesperado que acaba de sentir. ¡Algo me está mordiendo una teta!

- ¿No te gusta?

- ¡No! –grito

- ¡A mí sí! –me dice y grito de nuevo al sentir pequeños dientes en la otra. Alzo la cabeza y veo mis pezones apretados por pequeños ganchos –Con dientecitos –me dice –para que sujeten mejor –Los siento clavándose en mi piel, enterrándose en ella. Él coge más ganchos de una cajita y emprende a formar dos caminos sinuosos, partiendo desde mis senos, enganchando en mis costillas, delineando mi cintura y mordiendo mi vientre, hasta llegar allá abajo, llegando a masticar mis labios…

- ¡Mierda! –grito y rápidamente una cachetada sacude violentamente mi cabeza, para luego recibir cuatro más, una por cada palabra de la clásica frase de papá.

-NO. HABLES. MALAS. PALABRAS.

-Perdón –lloriqueo. A Él no le gusta que hable así –es que duele mucho y… –gimo fuerte, gimo mal. Sus dos dedos parecen que buscan reventarme el clítoris por como lo estruja fuerte. Mis pezones hormiguean pero rápidamente aparece el dolor y se da todo un descubrimiento en mí. Ambas sensaciones son más intensas de lo habitual, placer fuerte y el dolor brutal son una combinación que va más allá de mi entendimiento. Empiezo a mover mis caderas contra su mano, Él se aleja. Se oye su risita burlona y sé que detrás de la máscara una sonrisa se debe estar dibujándose en su rostro ante lo que ven, a mí, sorpresa de lo que acaba de ocurrir: Disfruté plenamente del dolor.

Y una interrogante aparece en mi cabeza: ¿Podría sentir un dolor aún más brutal de que lo he sentido hasta ahora?

Siento más penetrantes las mordiditas. Agrega dos ganchos más en cada cara interna de mis muslos. Doy un gritito y luego suspiro. Y cuando creí que no podía hacer más conmigo, escucho un fósforo prenderse. Miro y veo los dos candelabros de pie con cuatro posaderas de velas cada una que siempre me parecieron medios raros pues las posaderas están torcidas hacia abajo. Ni idea tenía de porque eran así, hasta ahora. Tengo un candelabro a cada lado y Él empieza a encender cada vela. ¡Va a echarme la cera!

-Tranquila –me dice. Seguro vio mi cara de susto –Esto me va a gustar mucho –iba a decirle que no me gusta el ardor de quemarme, tuve una experiencia con la plancha, cuando soy interrumpida por el continuo goteo de la cera sobre mí, sobre los ganchos que muerden mi piel –Son velas especiales, se consumen rápido –mi cabeza la tiró hacia atrás cuando suelto un alarido. Cierro fuerte los ojos, disfrutando del dolor que se confunde con el placer, disfrutando de mi excitación con el hecho de no temer a este hombre, que sigue observándome tras su máscara, que me ha follado mal mirándome detrás de ella, y lo que me puede hacer; del hecho de olvidar que me trajo secuestrada, del hecho que no puedo dejar de pensar en Él.

Abro los ojos cuando escucho sus pasos y veo su verga dura como un palo frente a mí.

-Abre el hocico –dice abofeteándome. Lo disfruta mucho. Ni bien separo los labios, me la mete rápido, fuerte y no me deja respirar. ¡Por Dios, me está atorando! –Es el ángulo de tu cabeza boca arriba que me permite meterla hasta el fondo –Y empieza a moverse, enérgico y sin contemplaciones. Está ahogándome y sé que lo disfruta, me lo dijo una vez mientras me ahorcaba a dos manos y su verga perforaba mis entrañas. Gruñe disfrutando de mis arcadas, de mis lágrimas, del ardor que siento al sentir la cera resbalando sobre mí y a la dolorosa penetración del pepino en mi concha. Sus manos sueltan mi cabeza y van a mis atormentados pezones duros. Le gusta adorarlos apretándolas con las uñas.

Me duele la espalda, los brazos atados también. Por mi cara escurre mi saliva y el jugo entre mis piernas baña al pepinito. Esto me gusta, todo esto que jamás pensé vivir lo disfruto, lo que me hace Él me gusta mucho.

¡¿Qué me pasa?!

Cuando estoy por venirme, Él saca su pene de mi boca y empieza a sacarme los ganchos a la fuerza, estirando mi piel, raspándola, rompiéndomela y ensangrentándola. Mi piel arde, duele, lloro y a Él no le importa, lo goza, los gruñidos debajo de la máscara lo delatan. Lo que me asusta es que no le pido que se detenga, no lo hará, pero no se me ha pasado por la cabeza hacerlo. Libera las cuerdas que me atan a la banca y antes de darme cuenta, de los pelos, me tira bruscamente al piso, boca abajo. Grito de dolor cuando mi piel roza con el suelo áspero, siento mi piel en carne viva. Estoy por levantarme cuando aprieta mi cabeza contra el suelo.

-Dobla las rodillas –escupe las palabras restregando mi mejilla contra el piso. Absorbo el dolor, doblo las rodillas, con el pecho pegado al piso y mi mano izquierda sujetando a la derecha; dejando mi culo al aire, mis dos huecos disponibles para Él. Su mano sujeta la unión de mis muñecas y entierra los dedos de la otra mano en mi cadera para que me la meta con furia, de una por mi concha que se desborda de jugos, que moría por sentir que la abre duro. Ese dolor, ese placer, los embiste que me da me hacen vibrar, pero oírlo a Él disfrutándolo me hace sentir… viva. No sé cuántas veces me ha dado pero me sorprende cuando se levanta y de los pelos me lleva con Él hasta la banca.

-Una pata a cada lado –brama, su voz es más gruesa, más oscura, perfecta para acompañar a la máscara que usa. Cuando mis piernas están separadas por la banca, empuja mi cuerpo contra el mueble y se sienta detrás, sintiendo su miembro contra mi culo, restregándomela antes de que sus manos acaricien mi cuello, que sus uñas rasguñen mi espalda haciéndome arquearla y una mano se estrelle con fuerza sobre una nalga, que la acaricie y vuelva a hacerlo –me gusta tu culo – Oh oh –me gusta romperte el culo –me agarro con fuerza a la banca en el momento en el que me desgarra el ano de un solo embiste. Grito, y me muevo para zafarme pero me tiene bien sujeta de las caderas. Al moverme, sus uñas se entierran en mi carne y se recuesta un poco sobre mí. Me aprisiona contra la banca. Me sujeto con fuerza a los bordes del mueble y cierro los ojos. 

No sé lo que es, desde que Él llegó hasta este momento, o el secuestro, o si es lo que estoy sospechando, que me gusta ser tratada así por Él, o todo sumado hacen que empiece a disfrutar el que me folle duro por el culo. Las primeras veces fueron difíciles, pero hoy, empiezo a gemir. Él me dá más rápido, una y otra, con fuerza, haciendo que mi cuerpo adolorido siga restregándose contra la banca. Él gruñe que ya se viene y cuando lo hace, muerde un lado de mi espalda y se corre dentro de mí al mismo tiempo, sintiéndolo estremecerse, sintiendo como su respiración regresa poco a poco a normalidad. Sale de mí y va al lavadero a asearse, mientras yo a duras penas empezó a sentarme, a sentir y disfrutar del dolor en el cuerpo cuando me jala de los pelos y me levanta para llevarme a la ducha.

-Báñate. Voy por comida –y se fue. Y aquí es donde entra mi conclusión del inicio: No soy la misma de antes.

Su rostro sigue escondiéndose de mí tras esa máscara que me encanta, no conozco su vida solo lo poco que me ha querido compartir las veces que nos hemos sentado a conversar, no estoy atada y la puerta está sin seguro, como muchas veces ya lo dejado, puedo irme, puedo escapar, ser libre pero no quiero, no puedo. Increíblemente me siento libre de verdad aquí, entregándome a Él, siendo una muñeca feliz dejándose maniobrar por Él.

Quiero seguir aquí… quiero terminar de descubrirme y siento que solo Él podría ayudarme…

Yukari Taslim

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